Katherine Mansfield y Virginia Woolf


A principios de 1917, en Bloomsbury, se conocieron la escritora neozelandesa Katherine Mansfield y la escritora inglesa Virginia Woolf. Así empezó una relación corta, intensa y difícil, que terminó poco antes de que Mansfield muriera en Francia. Años más tarde, en la obra de Woolf se puede intuir el fantasma de Katherine. 


El inicio de Felicidad(Bliss), un relato escrito por la autora neozelandesa Katherine Mansfield en agosto de 1918, es el siguiente:

«A pesar de sus treinta años, Bertha Young disfrutaba aún de instantes como éste en que quería correr en vez de caminar, bailar dando saltitos arriba y abajo en la acera, lanzar un aro, tirar algo al aire y volver a tomarlo o quedarse quieta y reírse de… nada, sencillamente de nada».

Seis años más tarde, Virginia Woolf inicia así Señora Dalloway:

«La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores.
Porque Lucy ya le había hecho todo el trabajo. Las puertas serían sacadas de sus goznes; los hombres de Rumpelmayer iban a venir. Y entonces, pensó Clarissa Dalloway, ¡qué mañana! —fresca como si fuesen a repartirla a unos niños en la playa.
¡Qué deleite! ¡Qué zambullida! Porque eso era lo que siempre había sentido cuando, con un leve chirrido de goznes, que todavía ahora seguía oyendo, había abierto de golpe las puertaventanas y se había zambullido en el aire libre de Bourton».

En ambos casos vi claramente el estilo indirecto libre del narrador en tercera persona y por eso los usé de ejemplo en mi taller de escritura. El hecho es que trascribí los párrafos en la diapositiva de mi PPT, concentrándome en el estilo indirecto libre (¡Qué deleite! ¡Qué zambullida! Tirar algo al aire y volver a tomarlo…) y entonces asocié la inexplicable felicidad de Bertha con la fresca alegría de Clarissa. Ambas están organizando una cena.

Yo sabía que Virginia Woolf había conocido a Katherine Mansfield o, al menos, leído y, justo mientras leía los ejemplos en voz alta a través de una video llamada por Teams con mis alumnos, me pregunté si cabía la posibilidad de que hubiera habido algo más entre ellas.

Al acabar el taller me dirigí a la estantería a buscar los diarios de Mansfield.

En esa edición incluso hay un prólogo de Woolf en el que le rinde tributo, pero ese texto siempre me pareció vago, nada más allá de la búsqueda de la voz interior, una búsqueda truncada por la prematura muerte de Mansfield a los treinta y cuatro años.

Googleé a las dos autoras y me encontré con un artículo en la Vanguardia escrito por Sílvia Colomé el día 26 de mayo del 2021 titulado: ¿Quién fue la única mujer de la que tuvo celos Virginia Woolf? El artículo arranca con una confesión de la escritora en su diario: “Estaba celosa de su escritura, la única de la que haya estado celosa jamás”. Virginia se refiere a Katherine Mansfield.

La articulista describe el contexto en el que se conocieron. Virginia Woolf había publicado su primera novela, Fin de Viaje(1915), y Katherine Mansfield había publicado un libro de relatos titulado En un balneario alemán(1911). Katherine era seis años más joven que Virginia.

El artículo menciona algunos datos sobre la vida disipada de Mansfield, razón por la que se retira a un balneario alemán, huyendo de la movida londinense, embarazada de un hijo que finalmente aborta. Vuelve a Londres. Vuelve al desenfreno sexual y se contagia de gonorrea. Precisamente, en 1917, año en que conoce a Virginia, Mansfield se contagia de tuberculosis, enfermedad que la llevará a la muerte, tras un ataqué de tos, dos años más tarde en Francia. Además su hermano ha muerto en la guerra en 1915.

Al conocerse, la primera impresión no es del todo benévola. Refiriéndose a los Woolf, Katherine escribe en alguna carta: “lobos apestosos”. Woolf escribe en su diario: "En verdad, al primer golpe de vista me sentí un poco molesta por su ordinariez: esos rasgos tan duros y vulgares".

Empecé a buscar información sobre ambas, me descargué sus obras. Incluso encontré una edición de los diarios de Virginia Woolf en portugués, porque no conseguía dar con una versión de sus diarios anteriores a 1918 ni en inglés ni en castellano. Me puse a leer en portugués copiando y pegando palabras desconocidas y poniendo otras en el contexto. Así encontré alusiones de Virginia a un tabaco que fumaba una tal K.M, en los apuntes de agosto del 2017, y por fin la frase malévola de Virginia Woolf, levemente endulzada por el portugués:

«Ambos queríamos que a primeira impressão que se tem de K.M. não fosse a de que ela fede como uma… bem, uma civeta que deu para andar solta pela rua. Na verdade, fiquei um pouco chocada com a vulgaridade dela à primeira vista; uns traços tão duros & ordinários».

Sin embargo, luego Virginia continúa diciendo que cuando esos rasgos se atenúan, Katherine es tan inteligente e insondable que su amistad lo compensa. Hablan de Henry James y a Virginia aquella mujer corriente le resulta iluminadora. Sin embargo cuando llega una de las amigas de Mansfield, que sale de trabajar en una fábrica, Virginia vuelve a distanciarse: «outra dessas mulheres às margens da propriedade, q. naturalmente habita o submundo».

Me sentí abrumado por toda esta información y proyecté las posibles repercusiones en mi relectura de ambas, cuando encontré un artículo de Mirosława Kubasiewicz titulado 2 hours priceless talk, probablemente fechado en el 2018 y que se publicó en una revista académica llamada Explorations: A Journal of Language and Literature. Entonces sí que se abrió un universo basto respecto a la relación literaria y personal de estas dos escritoras.

Diferentes orígenes


Fragmento de 2 hours priceless talk de la autora Miroslawa Kubasiewicz [traducción libre con la ayuda de Deepl]:

«La probabilidad de que surgiera una amistad entre Katherine Mansfield y Virginia Woolf no era muy alta. Procedían de mundos sociales diferentes, lo cual, como subraya Quentin Bell, era un factor de mucha mayor importancia entonces de lo que hoy podríamos imaginar. Woolf era hija de Leslie Stephen, un influyente intelectual inglés, que contaba entre sus amigos a algunos de los más grandes hombres de su época: Thomas Hardy, Henry James o Alfred Tennyson. Fue biógrafo e historiador, editor fundador del Dictionary of National Biography, redactor del Cornhill Magazine (editado antes que él por W. M. Thackeray, padre de la primera esposa de Stephen). La madre de Woolf, Julia, de soltera Jackson, procedía de una familia de clase alta con dotes e intereses artísticos: era sobrina de Julia Margaret Cameron, fotógrafa, en cuya casa pudo conocer a los artistas, escritores y políticos más destacados de la época. Aunque Julia se dedicaba al cuidado de su marido, de sus hijos y de otras personas necesitadas, encontró tiempo para leer, para escribir cuentos para sus hijos, así como un manual sobre cómo atender a los enfermos, en el que utilizó su propia experiencia como enfermera. Woolf, pues, creció inmersa en una tradición intelectual y artística, con acceso a la inmensa biblioteca de su padre. Andrew McNeillie, editor de los ensayos de Woolf, llama la atención sobre el impresionante abanico de sus lecturas, que incluye las novelas de Thackeray, Dickens, George Eliot, Trollope, Hawthorne, Washington Irving y Henry James, así como Queen Elizabeth de Mandel Creighton, French Revolution, Life of Sterling y Reminiscences de Carlyle, Essays in Ecclesiastical Biography de Sir James Stephen o la historia de Inglaterra de Macaulay. También estudió griego y latín y era capaz de leer en estos idiomas. Aunque Woolf a menudo lamentaba no haber recibido una educación formal, sus conocimientos y habilidades superaban a los de muchos de sus contemporáneos que sí la habían recibido. Tras la muerte de Leslie Stephen en 1904, Virginia, su hermana Vanessa y sus hermanos Adrian y Thoby se trasladaron a Bloomsbury, donde su casa pronto se convirtió en un centro de vida intelectual, atrayendo a jóvenes y brillantes colegas universitarios de Thoby y Adrian, iniciando lo que más tarde se conocería como el Grupo de Bloomsbury.

Los orígenes de Mansfield son radicalmente distintos. Su padre, Harold Beauchamp, era un inmigrante de tercera generación en Nueva Zelanda, el primero en su familia en hacer una carrera considerable que se vio coronada con el cargo de Presidente de la Directiva del Banco de Nueva Zelanda. Aunque los Beauchamp recibían en su casa a todos los artistas importantes que venían del Viejo Mundo para actuar en Wellington, era un pálido reflejo de la vida social de Hyde Park Gate de Londres. Mansfield era una intelectual hecha a sí misma en una familia de escasa educación y un enfoque poco intelectual de la vida, y a menudo se sentía avergonzada de su origen humilde. Sin embargo, lo que su familia de ascendencia pionera le proporcionó fue el deseo de luchar por sí misma y la energía para hacerlo. Aunque ellos mismos carecían de educación, sus padres la consideraban importante y enviaron a Kathleen y a sus hermanas mayores al Queens College de Londres, un instituto progresista y liberal para mujeres, cuyo objetivo era enseñar a las estudiantes a pensar por sí mismas y a tomar decisiones independientes. Allí Mansfield descubrió a numerosos autores ingleses y europeos, entre ellos Walter Pater, Arthur Symons, Paul Verlaine, Henrik Ibsen, León Tolstoi, Elizabeth Robins, George Bernard Shaw, Gabriele D'Annunzio, Maurice Maeterlinck y Oscar Wilde. La vida cultural londinense le robó el corazón y tras su regreso a Nueva Zelanda no dio a sus padres más opción que dejarla volver a Inglaterra en 1908, para intentar forjar allí su futuro por su cuenta. En Londres, Kathleen se asoció con el semanario radical The New Age y, unos años más tarde, con el vanguardista Rhythm, desarrollando una estrecha relación laboral e íntima con su editor y futuro marido, John Middleton Murry».

El encuentro entre Virginia Woolf y Katherine Mansfield


El encuentro entre ambas fue también el de dos mundos distintos. Por un lado, el de la clase media alta inglesa, el de la gente intelectual de Bloombery, gente pija y algo engreída; y, por el otro, el mundo de las pequeñas revistas underground que Woolf solía degradar a la categoría de “submundo”.

En cierta forma, nos dice Kubasiewicz, ambas ven en la otra algo que las atrae y repele:

«Sus mundos estaban separados, pero en modo alguno aislados, y así fue como Woolf y Mansfield se conocieron a principios de 1917. Mansfield quería conocer a la autora de The Voyage Out, la novela que resonaba con sus propios pensamientos y preguntas, mientras que Woolf tenía curiosidad por ver a la autora de los relatos que impresionaron a su amigo de Bloomsbury, Lytton Strachey y también porque, como ella le explicó: "Katherine Mansfield ha perseguido mis pasos durante tres años".

Sus primeras impresiones mutuas fueron más bien ambivalentes: cada una reconoció en la otra a una conversadora interesante con pasión por la escritura, pero también vieron lo mucho que diferían la una de la otra. Mansfield vio a una mujer cómoda en su matrimonio con un marido que cuidaba de ella, segura económicamente, mientras que ella misma estaba permanentemente corta de dinero, viviendo con Murry en pisos baratos de alquiler, con quien no podía casarse porque no había podido divorciarse de su primer marido, George Bowden. Y Woolf vio a una joven segura de sí misma, enérgica, apasionada por la vida, que no temía cruzar fronteras, y a una ambiciosa y joven escritora con considerable experiencia que verbalizaba con confianza ideas sobre la literatura que se hacían eco de las de la propia Woolf. Así pues, su primer encuentro estuvo marcado por una sensación de inseguridad y un cierto grado de celos por ambas partes. Inseguridad y celos que empañarían su relación hasta el final. Sin embargo, su amistad empezó a desarrollarse a medida que descubrían que existía entre ellas un cierto entendimiento común, una sensación extraña de semejanza».

En el artículo de Kubasiewicz hay una clara tendencia conciliadora. Su objetivo es que, poniendo en una balanza imaginaria los encuentros y desencuentros de las dos escritoras, termine pesando más la complicidad literaria y la evolución de ambas tras relacionarse. Después del primer contacto, Mansfield manifiesta lo increíble que es conocer a alguien con quien hablar de literatura. Woolf es más rotunda en su diario:

«(…) pienso en el abrupto precipicio que me separa de la inteligencia masculina, y en cómo se enorgullecen de un punto de vista que se parece mucho a la estupidez. Me resulta mucho más fácil hablar con Katherine; cede y resiste como yo espero que lo haga; cubrimos más terreno en mucho menos tiempo».

Un punto de encuentro entre ambas era la literatura rusa del siglo XIX: Dostoyevski, Chéjov y Tolstoi. Prueba de ello son las colaboraciones que ambas escritoras realizan con el traductor Samuel Koteliansky, que Claire Davison contrasta en un libro esclarecedor, Translation as Collaboration. Virginia Woolf, Katherine Mansfield and S. S. Koteliansky(2014), donde vemos los puntos comunes entre las notas de Woolf y las de Mansfield. «Los espacios marginales, emocionales... personajes menores y detalles fugaces», menciona Davison.

Kubasiewicz interpreta en estas lecturas afines el asomo de la modernidad que ya había prendido en Mansfield y estaba surgiendo en el fuero interno de Virginia:

«Estas notas, en otras palabras, muestran que lo importante para cada una de ellas era lo diferente, lo marginado y lo oculto bajo la narración aparentemente convencional, y lo que reconocían, tal vez, como su propio sentimiento de alienación».

Woolf y Mansfield: mutua colaboración


A la mitad del artículo queda claro que en el plano personal ambas escritoras se repelían y fueron estas pulsiones las que terminaron rompiendo esa amistad. Sin embargo en el plano profesional, en lo concerniente al método de escritura, ambas se aprovecharon la una de la otra.

Mansfield no registró evidencias de esta relación en sus diarios. Todo lo que se sabe de sus opiniones respecto a Woolf se encuentran en algunas cartas que la escritora redactó a su amiga pintora Dorothy Brett y siempre de forma indirecta y discutible:

«Llega un momento en que eres más pato, más manzana o más Natasha de lo que cualquiera de esos objetos podría llegar a ser, y entonces los creas de nuevo».

Esta carta la escribe nada menos que el 11 de octubre de 1917, después de cenar con el matrimonio Woolf. Probablemente mientras Katherine le escribía esto a su amiga Dorothy, Virginia escribía en su diario lo ordinaria que Katherine le parecía y, en cambio, lo envolvente de su inteligencia.

Durante ese periodo, debemos decir que Virginia Woolf le había ofrecido a su nueva amiga publicar un libro en su nueva editorial Hogarth Press. El ejercicio de síntesis que llevó a cabo Mansfield para convertir su larguísima The Aloe en Prelude supone un paso firme hacia la madurez literaria de Katherine.

Algo similar sucede, aunque también extraño y revelador, en el caso de Virginia Woolf y su Kew Garden, libro en el que rompe definitivamente con el registro más clásico, predominante en su primera novela. Ese mismo año escribe también un relato, Marc on the Wall, donde se ve el cambio que se está gestando. Sin embargo es en Kew Garden en donde se ve más claramente la influencia de Mansfield, ya que uno de los biógrafos de la neozelandesa, Anthony Alpers, sugiere una similitud entre la obra de Woolf y una carta de Katherine a Ottoline Morrel:

«Tu visión del jardín, todo verde y dorado, me hizo preguntarme de nuevo quién va a escribir sobre ese jardín de flores. Podría ser maravilloso, ¿entiendes lo que quiero decir? Habría gente paseando por ahí, varias parejas, sus conversaciones, sus pasos lentos, sus miradas cuando se cruzan, las pausas cuando las flores entran, por así decirlo, como un deslumbramiento brillante, un exquisito aroma evocador, una forma tan formal y fina, una flor tan mental que quien la contempla se siente realmente tentado, por un momento desconcertante, a agacharse, tocarla y cerciorarse. Las parejas deben ser muy diferentes y debe haber un ligero toque de encanto: algunas de ellas parecen extraordinariamente raras y separadas de las flores, pero otras están muy relacionadas y a gusto. Una especie de conversación, musicalmente hablando, ambientada con flores».

Este fragmento de la carta que Katherine escribe a Ottoline parece clave en la génesis de Kew Garden, ya que Virginia estaba al tanto del tema. Lo revela una carta que Katherine le escribe, agradeciéndole el fin de semana en Asheham:

«Sí, tu Flower Bed (más tarde Kew Garden) es muy bueno, hay una luz cambiante, quieta y temblorosa sobrevolando y una sensación de esas parejas disolviéndose en el aire brillante que me fascina».

Veamos el fragmento inicial de Kew Garden con que Virginia Woolf de vuelve definitivamente una escritora moderna:

«Del arriate ovalado brotaban cientos de tallos que a media altura se abrían en hojas acorazonadas o lanceoladas y desplegaban en lo alto pétalos rojos, azules o amarillos con motas de colores; de la penumbra roja, azul o amarilla de su garganta surgía una barra recta, impregnada de áspero polvo dorado y algo abombada en su extremo. Los pétalos eran lo bastante grandes para mecerse en la brisa estival y, cuando se movían, las luces rojas, azules y amarillas se superponían y teñían un pedacito de la tierra parda del color más abigarrado. La luz caía sobre el liso lomo gris de un guijarro, o bien en la concha de vetas marrones y circulares de un caracol, o bien se proyectaba en una gota y dilataba sus finas paredes de agua con tal intensidad de rojos, azules y amarillos que parecía que iban a estallar y desaparecer. Pero en cuestión de segundos la gota recobraba su gris plateado y la luz se desplazaba a la carne de una hoja, revelando el entramado de fibras de su superficie, y de nuevo se movía para desplegar su luminosidad en los vastos espacios verdes que había bajo la bóveda de hojas acorazonadas y lanceoladas. Luego la brisa soplaba con más fuerza y el color refulgía en el aire, en los ojos de los hombres y mujeres que paseaban ese julio por los Kew Gardens».

El caso de En la bahía(1921) y Las olas(1931)


Veamos el inicio de ambas historias escritas con una diferencia de diez años. Primero, por orden cronológico, repasemos como arranca En la bahía de Katherine Mansfield:

«Por la mañana, muy temprano. Aún no había salido el sol y toda la bahía de Crescent estaba oculta bajo la neblina blancuzca del mar. Las colinas cubiertas de maleza, en la parte de atrás, quedaban difuminadas. (...)no había nada que sirviese para distinguir lo que era la playa y dónde empezaba el mar».

Ahora veamos como lo hace Virginia Woolf en Las olas:

«Aún no había salido el sol. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arraigado, permitían distinguir el mar del cielo».

Y más adelante, cuando el sol ya salió, Katherine escribe:

«Contorneando la bahía de Crescent, entre los enormes montones de rocas quebradas, apareció un rebaño de ovejas avanzando con su leve trotecillo. Venían apretujadas, formando una masa pequeña, ondulante, lanosa, y sus patas delgadas, como bastones, avanzaban con rapidez, como si el frío y el silencio las asustaran. Tras ellas corría un perro pastor con las patas chorreantes y sucias de arena, el hocico pegado al suelo, pero despreocupado, como si estuviese pensando en otra cosa».

Diez años más tarde, Woolf parece dialogar con el relato de Mansfield:

«Las olas golpeaban el tambor de la playa como guerreros con turbante, como hombres con turbante y envenenadas dagas, que, agitando los brazos levantados, avanzan hacia los rebaños que triscan, los blancos corderos».

En su artículo, Kubasiewicz menciona otros casos en los que es latente la influencia que Mansfield tuvo en el estilo y la mirada de Virginia Woolf, pero no hay una mención directa a la relación entre Bertha Young, protagonista de Bliss (20018), y Clarissa Dalloway, protagonista de la novela que encumbró a Virginia Woolf en los años treinta.

A cambio me enteré de la razón fáctica que diluyó esa amistad breve pero fructífera en varios aspectos.

El final de la amistad entre Mansfield y Woolf


La relación entre ambas escritoras se vio minada a partir de la publicación de Noche y Día (1919), una novela que a Mansfield no le gustó y que tuvo que reseñar. Esa reseña fue el principio del fin:

«La reseña que desempeñó un papel crucial en su diálogo fue la de Noche y día, de Woolf, asignada a Mansfield en 1919 por Murry, entonces editor del Athenaeum. A Mansfield no le gustó la novela porque creía que era un paso atrás en el desarrollo de Woolf como escritora, una traición a sus ideas sobre la literatura. Mansfield no sabía que la segunda novela de Woolf pretendía ser una especie de ejercicio que la devolviera a formas narrativas mayores sin causarle otro colapso mental. Woolf esperaba que Mansfield no revisara su novela, consciente de las expectativas de Katherine sobre la ficción y de sí misma como autora cuya obra ya había tomado una nueva dirección con La marca en el muro y Kew Gardens. Mansfield era reacia a hacer la reseña, ya que la novela la decepcionaba (conviene recordar que le encantaba la primera novela de Woolf, Fin de viaje), lo que expresó varias veces en sus cartas a Murry antes de empezar a escribirla. La opinión de Katherine hirió inmensamente a Virginia: "K.M. escribió una crítica que me irritó; me pareció ver rencor en ella. Me describe como una anciana decorosa y aburrida; Jane Austen al día. Leonard supone que dejó que su deseo de que fracasara se saliera con la suya". De lo que Mansfield acusaba a Woolf era de ignorar los cambios que se habían producido en el mundo: "Mi opinión privada es que es [la novela] una mentira en el alma. La guerra nunca ha sido, ése es su mensaje"».

El fantasma de Mansfield en el corazón de Virginia Woolf


Al final del artículo de Kubasiewicz, en la conclusión, parece evidente la resonancia de la visión y de la obra literaria de Katherine Mansfield en el trabajo que Virginia Woolf realizó antes de que se suicidara en 1941, lanzándose al río Ouse, con los bolsillos del abrigo llenos de piedras:

«En el transcurso de la escritura de Las horas (el primer título de La señora Dalloway) [Virginia] se preguntaba: "¿Escribo Las Horas desde emociones profundas? ¿O escribo ensayos sobre mí misma?". Esto es un eco de sus discusiones sobre la subjetividad en la ficción y recuerda la opinión de Mansfield de que lo que importa es "el momento del sentimiento directo en el que somos más nosotros mismos y menos personales", así que la pregunta que Woolf se hace en realidad es: "¿soy fiel a Katherine?". La amistad de Mansfield y Woolf fue intensa y profesionalmente gratificante; también fue difícil, llena de celos y competitividad. Aunque no pudo florecer plenamente, fue única y dejó su huella en la vida de Woolf, quien ocho años después de la muerte de Mansfield escribió a su amante, Vita Sackville-West: "[Katherine] tenía una cualidad que yo adoraba, y necesitaba... Sueño con ella a menudo -ahora es una reflexión extraña- cómo la relación de uno con una persona parece continuar después de la muerte en sueños, y con alguna extraña realidad también”».