Detrás de ella


Ella conduce la moto y él, detrás, tiene el móvil en la mano. Él va guiándola, le indica las salidas, derecha, izquierda, ahora de frente; y le pide que acelere, cuando se va formando una cola de coches que pitan, en una carretera de curvas en la que nadie se atreve a adelantarlos. A él le duele la rodilla y la cadera y la entrepierna, lleva días detrás de ella, revotando en el asiento de cuerina de esa moto que no alcanza nunca los setenta kilómetros por hora.
A veces, hay tramos largos en los que nada pasa. De un lado y otro se levantan paredes de pinos y racimos pomposos de flores azules, blancas, lilas, típicas de la isla. En esos tramos, ella parece conducir tranquila y él guarda el móvil y se relaja. Piensa en su vida, nostálgico, mientras suben suavemente a los volcanes apagados que se han convertido en oníricos lagos azules. Él era, piensa, un chiquillo sedentario, citadino, jamás viajaba, o quizás solo viajaba echado en su cama a lugares inexistentes, lugares emotivos, casi siempre pasados, casi siempre producto de sus invenciones.
Él soñaba con viajes, con cafetines, con lecturas a la orilla de algún Sena. Fue ella, cuando apareció repentinamente, la que le indujo al viaje real. Ella: que ahora sube a cuarenta o cincuenta kilómetros por hora, conduciendo por primera vez esa moto negra, vieja, incómoda. Él empezó a viajar por ella, eso piensa, mientras vuelve a coger el móvil porque se acerca un cruce de caminos o una señal inadvertida en el plan, él empezó a viajar para perseguirla.
Así ha conocido Sudamérica, Europa, la India, así, sigue pensando, ha conocido la jungla de sí mismo. Porque en esa jungla ella se ha escurrido más de una vez, como se escurre todo lo bueno de la vida. Y ahora le grita que siga de frente y ella le hace caso. Ahora él es un viajero, un hombre salvaje, quizás valiente, ajado por las rocas puntiagudas del destino. Ahora, mientras la moto revota en la gravilla de uno de esos vertiginosos miradores, y ella tambalea, él piensa que al fin conoce bien el volcán apagado de su alma, que se ha sumergido mil veces en ese lago azul de sí mismo, tantas veces evadido.
Por eso, antes de bajarse de la moto, la abraza y le besa el cuello, porque está agradecido y quiere retenerla, antes de que se vaya corriendo y él tenga que ir tras ella.︎


Mark