Willa Cather


En el ensayo «On the Art of Fiction», publicado en The Borzoi en 1920, Willa Cather reflexionaba en torno a los obstáculos que encontraban los jóvenes escritores en sus inicios. Resulta curioso que cien años después nos encontremos con los mismos escollos que entonces.
        En aquel tiempo, Cather consideraba que el gran problema era la extendida tradición de la escritura periodística y su asombroso éxito: «Aquellas historias que sorprendían y deleitaban por su minucioso detalle fotográfico y que, en realidad, no eran más que vívidos reportajes» conformaban el patrón, equívoco, que servía como guía al aprendiz de escritor.
        Sin embargo, la escritura entendida como arte no obedece a la multiplicidad y a las curiosidades, sino a la capacidad de síntesis. «En eso consiste casi todo el proceso artístico más elevado: descubrir de qué convenciones formales y detalles uno puede prescindir».
        Mientras que el mérito de la narración periodística es que sea atractiva y pertinente hoy, perdiendo todo valor mañana; el mérito de la escritura artística es «sacrificar muchos buenos conceptos en favor de uno mejor y más universal».
        Así tenemos dos formas de escritura. Una que funciona como cualquier producto del mercado, hecha para ser consumida en el momento, que obedece a la ley de la oferta y la demanda, y a la necesidad inmediata del hombre; la otra, dice Cather, «no tiene demanda en el mercado, a veces es nueva y todavía no resulta interesante, y su valor intrínseco no se corresponde con los valores de la actualidad».
        Uno de los grandes retos del escritor iniciático, diría Cather, es conseguir el coraje de escribir sin compromisos. Esto no es inherente al escritor ni tiene que ver con su talento. En sus inicios, todo joven aprendiz, así como el público, «está casado con las viejas formas, los viejos ideales, y su visión está nublada por la memoria de las luces del pasado que él quiere recapturar». Abrir surcos cuesta mucho, pero sin surcos no hay arte.