Verna B. Carleton y James Joyce


En 1938, James Joyce tenía cincuenta y seis años y vivía en la rue Edmond-Valentin, en París. Vivía en un séptimo piso junto a su mujer, Nora. Al salir de casa, James Joyce podía ver «la Torre Eiffel alzarse como un surtidor contra el cielo luminoso» y, muy cerca, se encontraba con las aguas del Sena, río al que él llamaba «Anna Sequana».
        Para entonces Joyce ya era un escritor célebre. Estaba escribiendo hacía unos cuantos años la que fue su última obra «monstruosa», como él la llamaba, Finnegans Wake.
        El autor irlandés, delgado, de ojos azules castigados por numerosas crisis de «iritis, glaucoma y cataratas», no había perdido todavía su «mirada absolutamente inquisitiva, penetrante y un tanto perpleja». 
        Sin embargo, su piel, siempre lozana, ahora lucía una palidez antinatural.
        Probablemente empezó a morirse en esa primavera, aunque sus médicos consideraran que las quejas de Joyce y su semblante demacrado se debían al estrés que acechaba al escritor y no a una enfermedad.
        En gran medida, Joyce tenía dos terribles preocupaciones: la esquizofrenia de su hija, Lucía, y llevar a término la publicación de su última novela, tras la que, como él decía, no le quedaría más que morir.
        Es en este contexto que los amigos del mítico escritor del Ulises, entre los que se contaban las famosas libreras, Sylvia Beach y Adrienne Monnier, harían todo lo posible para convencer al excéntrico y extrovertido Joyce, de que se dejase retratar por la joven fotógrafa alemana Gisèle Freund.
        En 1965, Verna Carleton homenajeó a este escritor universal, en un libro prologado por Simone de Beauvoir y que goza de una simpática crónica de Freund, en la que cuenta las peripecias de esa invaluable sesión fotográfica. «Joyce en París» es un compendio fotográfico y un anecdotario que nos acerca a Mr. Joyce, como lo llamaban los amigos, al «niño infeliz e inseguro» de Nora y al espíritu artístico de ese hombre autoexiliado que trató de expresarse tan libremente como le fue posible, hasta su repentina muerte en Zurich.