Philip Roth


Philip Roth nació en Newark en 1933 y falleció hace tres años en Nueva York por una insuficiencia cardiaca. En ese lapso escribió veintiséis novelas, seis de las cuales fueron consideradas «la mejor novela de los últimos veinticinco años» por una centena de reconocidos escritores en un ranking organizado por el director del New York Times en el 2006.
        Roth fue un escritor muy provocador y nada complaciente. Los personajes que recorren sus obras son fascinantes e incómodos. La literatura, decía él, no es un concurso de belleza moral; y la suya vaya que no lo era. Sobre todo, en buena parte de su obra, nos referimos a la moral judía, con la que Roth cultivó grandes desavenencias.
        La autorreferencia es otro componente del universo Roth y otro acto de provocación por antonomasia. No contento con saltar la pus de la piel puritana e hipócrita de su comunidad, Roth se maquilló de sí mismo y «protagonizó» muchas de sus historias, creando el tan efectivo morbo entre los lectores más cotilla: ¿es él?, ¡Roth es un misógino!, ¿de verdad se comportó así con su padre? Más de uno cayó en la trampa con su alter ego Zuckerman, cuya vida identifica equívocamente el lector como la vida del escritor.
        Nada más lejos de la verdad y nada más cerca de uno de los grandes legados de su obra, el lugar del escritor en la ficción. Decía: «Piense por ejemplo en el ventrílocuo, que habla con la intención de que su voz parezca proceder de alguien distinto a él, y cuyo arte no nos diría nada si se situara fuera de nuestro campo de visión, porque su arte consiste en estar presente y ausente al mismo tiempo. El ventrílocuo solo se entiende a sí mismo adoptando simultáneamente la personalidad de alguien distinto, pero una vez que cae el telón, no es ninguno de los dos» (Philip Roth, The Paris Review).