Nuestro mundo anclado


Reseña de Mundo anclado (Contrabando, 2023) del escritor mexicano Alejandro Espinosa Fuentes


Las piedras rodando se encuentran.
El Tri

En el último viaje que hice a Lima, fui a pasear a la San Marcos, universidad en la que estudié Filosofía entre el dos mil cuatro y el dos mil nueve. Antes de entrar al edificio de Letras di una vuelta por el parque de Tubos, una explanada de gras y arbustos entre la facultad y el estadio en la que pasé la mayor parte del tiempo cuando era estudiante. El parque estaba plagado de botellas de ron vacías, latas de Pilsen aplastadas y cajas de vino Gato Negro, y mientras pateaba las botellas, las bolsas de plástico y las colillas mojadas, recordé con nostalgia esos años, que Julián Segovia, personaje con el que arranca la última novela de Alejandro Espinosa Fuentes, Mundo anclado (Contrabando, 2023), llamaría «mi juventud».


Presentación de Mundo anclado en la librería Alibri, Barcelona. Foto con el autor, Alejandro Espinosa Fuentes (2023)

    En la novela, el equivalente al parque de Tubos es el Rocabar, unas escaleras construidas con la finalidad de trasladar los libros de la Imprenta Universitaria a la Biblioteca Central y que se convirtió con el tiempo en el refugio legendario de los borrachos de la UNAM. Allí es donde Julián invita a tomar una cerveza a la musa abstemia y feminista de la historia, Mélida Areúsa, y allí es donde le presenta al poeta Cuautli y al sabio estudiante de Letras Francesas, Pedro Vallejo. El quinto personaje de esta novela es Jenny, una prostituta a la que estos cuatro compinches rescatan (secuestran) del peligro de un ajuste de cuentas para irse a la Huasteca cuando la pandemia de la COVID-19 estalla en México.

    Mundo Anclado, sin embargo, no es solo la historia de cinco amigos que deciden huir y autogestionarse en una casa rural que Mélida ha heredado de su padre, es también el relato de cada uno de ellos, dosificado en cinco rondas, en las que los protagonistas construyen la versión de lo que pasó con sus vidas.

    La historia está irradiada por la muerte prematura, misteriosa, descarnada de Mélida y la desaparición de Jenny, que la convierte en sospechosa o mártir, y le da un aire detectivesco al asunto, sobre todo en la última ronda y en el epílogo en donde se devela el motivo de la tragedia.

    No obstante, las fuerzas que mueven a los protagonistas y que me movieron como lector son otras y tienen que ver con la memoria, ese «sándwich de jamón y queso panela», como le llama Jenny, que va calcificando el pasado hasta convertirlo en una piedra; fuerzas que tienen que ver con las palabras, «las palabras tienen historia - nos dice Pedrito Vallejo- y esa historia tiene cicatrices»; que tienen ver con el silencio, ese idioma de la sabiduría, ese recurso de los cobardes y material, nos dirá Mélida, «con que están hechos los cómplices»; y ver también con la literatura, ese oficio de hacer abanicos, como los que hacía y vendía Cuautli, tejiendo arcoíris que luego la vida le destejió a trompadas.  

    Alejandro Espinosa Fuentes nació en 1991 en ese país violento y fascinante que es México y ya ha ganado varios premios. Con esta, tiene tres novelas publicadas (Nuestro mismo idioma, 2016, y Agenbite of inwit, 2018), un libro de cuentos (Sonámbulos, 2019), ensayos, artículos y reseñas. Es profesor de la UNAM y estuvo en España presentando Mundo anclado en Madrid, Valencia y Barcelona, ciudad en la que tuve el placer de acompañarlo.

    Yo no lo conocía, pero acepté la misión de leer su novela y charlar con él en la librería Alibri el miércoles 25 de octubre. Fui en bicicleta a recoger su libro un par de semanas antes y enseguida aparecieron coincidencias estimulantes.

    Cuando tuve el libro entre mis manos, me di cuenta de que tenía el cuadro del Bosco, Extracción de la piedra de la locura, de portada. Lo curioso fue que yo estaba leyendo los cuentos surrealistas de Fernando Arrabal, en ellos el poeta de Melilla mezcla lo onírico y lo irónico en piezas hiperbreves que reunió con el título de La piedra de la locuray que yo estaba utilizando en un taller de microrrelato.

    Ahí, entre Arrabal y el cuadro del Bosco y los poemas desgarrados de Pizarnik en su libro juvenil homónimo, Extracción de la piedra de la locura, empecé a leer Mundo anclado. Fue una lectura voraz, porque Alejandro tiene una prosa que fluye entre la violencia, la poesía, los diálogos hilarantes, el tono evocativo y una serie de referencias interesantísimas como por ejemplo el extraordinario diccionario de piedras con el que Pedro Vallejo arma su versión de la historia.

Foto de Mundo anclado en Port de la Selva, en plena lectura


    Cuando terminé la lectura volví inmediatamente a un cuento de Arrabal que no tiene título:

Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma de palabras y la hoja blanca de frases.
Entonces cierro los ojos y, mientras oigo el tic-tac del reloj, veo cómo giran en torno a mi cerebro, diminutos, el pobre-loco-amnésico perseguido por el filósofo-de-la-mandrágora.
Cuando abro los ojos las letras, las palabras y las frases han desaparecido y sobre la hoja blanca ya puedo comenzar a escribir:
“Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma…”. Etc.

En el parque de Tubos, ese Rocabar de mi vida, algún día perdido de agosto (mes en el que se publicó la novela de Alejandro), corría ese airecito casi mojado que corre en Lima cuando los dragones vuelan y que suele tener un trágico color humoso. No había nadie, como si toda la gente que estuvo allí en los años en los que yo también me despertaba a deshoras a escribir, se hubiera pulverizado de puro olvido, pero fue patear botellas y hacer un poco de arqueología entre las borracheras de ayer para que empezara a narcotizarme de pasado, y ya no había la rabia vengativa por todo lo que allí habíamos perdido el loco y el filósofo que yo era, solo aroma a mandrágora, esa anestesia mágica con la que está escrita Mundo anclado.︎