Muriel Spark


La escritora escocesa Muriel Spark aprendió a escribir a los tres años, gracias a una pareja estadounidense que frecuentaba la casa familiar en aquella época. La señora Rule, llamada Charlotte, le enseñó a leer y escribir a la pequeña Muriel a través de un juego de tarjetas. Eran tarjetas rojas que al reverso mostraban una letra. Una «t» y una h», por ejemplo. Así fue como la niña aprendió el signo del sonido «th».
        En algún momento los señores Rule tuvieron que volver a América y pocos años después Charlotte murió de una enfermedad fulminante.        
        Muriel conservó esas tarjetas y el recuerdo de aquellas personas, que le instruyeron en el arte que la acompañaría siempre.
        Spark siempre atesoró dos tipos de recurso para escribir: los documentos y los amigos. Siempre contó con más documentos que amigos, y los consideraba de una importancia más bien cuantitativa.
        El testimonio de sus confidentes, sin embargo, gozaba siempre de mayor calidad, justamente por el valor de los detalles, las precisiones, aquello que proveía de atmósfera a los recuerdos.
        Muchos años después de que la señora Rule le enseñara a leer, ya consagrada, Muriel decidió escribir sus memorias, alentada por dos razones. En primer lugar, por la reivindicación de la verdad («La verdad por sí misma es neutra y tiene su propia y entrañable belleza»), ya que detestaba las tristes ficciones que se habían escrito sobre su vida; y, en segundo lugar, porque quería responder una pregunta esencial: «¿quién soy yo?».
        En el proceso contó con la sorpresiva ayuda de Barbara Bellow, la hija del profesor Rule, con quien mantuvo una muy útil correspondencia, llena de datos, fechas y pormenores de su padre; y de la que fuera la señora Rule, la mujer que le enseñó a leer con el juego de las tarjetas rojas.
        Incluso, Barbara le envió una encantadora foto de Charlotte.
        En el retrato, ella posa joven, con una sonrisa lozana de blancos dientes redondeados, una capucha de lana le cubre la cabeza y lleva una chamarra de cuero cruzada con grandes botones, y en la frente una de esas gafas que llevaban los motoristas y aviadores a principios del siglo veinte.
        Quizás, Charlotte llegaba de algún viaje o estaba a punto de partir.