May Sinclair


La realidad, según la escritora británica May Sinclair (The Egoist, 1918), es muy densa y profunda, y demasiado fluida como para cortarla convenientemente con un serrucho. Quien quiera acercarse a la realidad, a través de la escritura, dice, debe zambullirse.
        En su artículo «Las novelas de Dorothy Richardson», Sinclair comenta que, en la literatura, ha crecido la tendencia a zambullirse en la realidad. Algunos lo hacen con mayor profundidad (Joyce), pero al parecer nadie con tanta limpieza como Richardson.
        A los ojos de la crítica, Dorothy se sumerge en las aguas de la realidad sin salpicar una gota.

En sus tres novelas, «Pointed Roof», «Back Water» y «HoneyComb», Miss Richardson, dice Sinclair, desaparece ante nuestros ojos.
        Nos abandona dentro de Miriam Henderson, la protagonista. Dentro del río de Miriam.

Sinclair enumera una serie de condiciones extraordinarias que la escritora sigue, escrupulosa («ella sabe lo que no debe hacer si quiere hacer lo que quiere»): Miss Richardson no puede intervenir. No puede analizar ni explicar nada. No puede contar una historia y menos escenificarla. Tiene que evitar el drama y la narración. No puede ser el guía. No puede ver ni adivinar lo que Miriam no ve ni adivina. No debe preocuparse de los personajes como lo hacen otros. Solo sabrá de ellos lo que Miriam sabe y sentirá lo que Miriam siente.
        «Si Miriam está equivocada, bueno, es ella y no Miss. Richardson la que está equivocada». Así, la autora verá los personajes de la misma forma fragmentada en que la gente aparece ante ella.
        En cierta forma, Dorothy se impondrá los mismos límites que le impone la vida.

Cuando Sinclair defiende el estilo de Miss. Richardson de las críticas, le acuña el mérito de haber escrito el auténtico «flujo de conciencia» de Miriam.
Es la primera vez que alguien usa el término psicológico en la literatura.
A Miss Richardson, sin embargo, no le gusta la analogía y la tilda de idiota. La consciencia, responde, no es una corriente: «Aunque parezca un flujo al mirarla superficialmente, la conciencia es en realidad un punto inmóvil. (...) está quieta como un árbol».