Marguerite Yourcenar


Fue su padre quien publicó los primeros poemas que Marguerite Yourcenar escribió a los dieciséis años. «No eran especialmente buenos». En aquel tiempo a la escritora francesa le gustaba escribir, pero era demasiado joven. Le faltaban dos cosas que, al parecer, son fundamentales para un escritor: saber algo de historia y tener experiencia de vida.
        Creo que fue Flannery O’Connor quien dijo que a los dieciocho años uno tiene una bolsa llena de historias que contar, suficientes para el resto de su vida. Yourcenar dijo al respecto: «(…) concebí todos mis libros cuando tenía veinte años, aunque luego tardara treinta o cuarenta años en escribirlos». El almacenamiento emocional, agregaría luego, tiene lugar a una edad muy temprana.
        Pero a esa edad aún no tenemos la capacidad de escribir todos esos libros. En ese sentido, los libros son algo posterior a la experiencia y al conocimiento; son, como diría Yourcenar, las cenizas de la vida.     Cenizas que, sin embargo, nos permiten sentir con más intensidad.     Recordar, volver a pasar por las cosas vividas, a través de algo que ya no es exacto a lo que pasó, pero que «profundiza en la existencia», es el aspecto refundador de la literatura.
        Quizás por eso, a pesar de los claros guiños autobiográficos de obras como «Tiro de Gracia», Yourcenar advierte del peligro de considerar que los personajes de ficción son representaciones fidedignas de las personas reales. En gran medida, porque las personas reales son en sí mismas algo misterioso e inaccesible. Sus memorias empiezan: «El ser a quien llamo yo». ¿Pero quién es ese ser? ¿Alguien puede saberlo?
        No obstante, hay algo de verdad en ese misterio, en esas cenizas que vamos recogiendo a través de la escritura. Quizás por eso para la primera escritora mujer en ser admitida en la Academia Francesa, la escritura no resulta un esfuerzo, una disciplina asfixiante, por momentos adversa, esquiva; ese esfuerzo es la vida. En cambio, «escribir no requiere mucha energía, es una forma de relajarse, una fuente de placer», un acto de incineración.