La voz es la clave




«(…) descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino.»
Jorge Luis Borges

A partir de Céline la voz es vital en las historias.
    Antes de él (excepto algunos casos aislados) todos los personajes emitían una voz estandarizada, correcta, sin tacos ni errores característicos del habla, y el destino de las historias lo conducía el vigoroso narrador clásico. Con «Viaje al fin de la noche», Céline muestra la voz como un nuevo hito de la literatura.
    El escándalo provocado por el autor francés, al reproducir la voz vulgar de los borrachos y del lumpen frances, fue un paso tremendo para la literatura, porque la atención se concentró en la forma en que el habla de los personajes reflejaba no solo la realidad, sino también la personalidad.
    Si hay algo que toda historia necesita es un personaje con voluntad, con un deseo intenso por conseguir algo, y el habla, constantemente, nos muestra la forma original en que ese deseo tiñe la personalidad de nuestros personajes.
Cómo olvidar, por ejemplo, el principio de «El guardián entre el centeno» de Salinger:

    «Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso».

    No necesitamos mucho más para saber que esta historia va de un tipo desenfadado, que tiene ganas de contarnos algo y no se viene con rodeos.
    Una voz, como decía el maestro Borges, es un destino, porque en ella está la voluntad del personaje y la voluntad del personaje es la razón de la historia.
    No importa si quieres contar la típica historia de amor a lo Romeo y Julieta, si esa Julieta habla con un dejo raro, repite una frase constantemente o tiene frenillo, esa típica historia será única.