La reescritura



Decía Thurber: «Se trata de intentar mejorar continuamente el texto hasta llegar a una versión definitiva tan fluida que parezca escrita sin esfuerzo».
        Cada vez estoy más de acuerdo con la idea de que un escritor es, en realidad, un (re)escritor. En un punto es inevitable aceptar de que espera un trabajo interminable, y al que muchas veces daremos fin por el simple hecho de que no podemos darle más vueltas al asunto: o porque nos volveremos locos; o porque no es el momento de esa historia; o porque simplemente nos hemos quedado sin fuerza, sin agallas para seguir intentándolo.
        Me deslindo de los que propagan la idea que asocia la escritura creativa, la escritura de ficción, la de los relatos cortos y largos, a la celeridad, al ahora mismo… si uno cultiva la escritura como un valioso espacio de intimidad, como una verdadera investigación de lo que somos, ¿cuál es la prisa?
        Recuerdo una escena de mi primera novela. Mimí recuerda el día en que vio a Ícaro por última vez, recuerda una y otra vez la misma escena, describe la pizarra de la clase, las puertas, las carpetas, el rostro de Ícaro; pero nunca es suficiente, algo falta en esa imagen, en esa última imagen. Finalmente, en un nuevo intento, por fin ve algo que antes no había visto: detrás de la puerta brillan dos ojos que la miran y un nuevo camino se abre.
        Yo también estuve buscando, como Mimí, el sentido de ese último encuentro; como ella reescribí ese momento una y otra vez, hasta que di con esos ojos. Y hace mucho que no leo la escena, porque la escribiría de nuevo.