La historia secreta de ‘Mi jockey’ de Lucia Berlin




Mi jockey de Lucia Berlin | Lectura y análisis ︎

Hace unos años una amiga me recomendó el libro Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016) y la lectura de los cuentos de Lucia Berlin me encantó. Su humor negro y enorme ocurrencia, mezclada con esa sensibilidad y observación aguda, sus comparaciones inéditas, su mundo me mantuvo obsesionado un tiempo, un tiempo del que me queda un cuento, que llevo conmigo a todas partes y que leo cada año nuevamente porque lo uso en mis talleres de escritura y porque leerlo siempre me resulta sugerente. Se llama ‘Mi jockey’.

Ayer lo leímos con los alumnos del taller y, como pasa siempre, el cuento se fue abriendo a interpretaciones originales que yo desconocía. Habré leído este cuento más de veinte veces y sin embargo aún hay en él cosas que desconozco.

El cuento tiene una trama superficial muy sencilla. Una enfermera que trabaja en Urgencias, que habla español y a la que le gusta estar ahí porque ahí hay hombres de verdad, héroes, nos cuenta la experiencia con su primer jockey, el mexicano Muñoz, un jinete pequeño, un dios azteca, pantalones con intrincados lazos, nudos precolombinos, que ha sufrido un accidente. Un dios al que ella entiende, ¡Mamacita! ¡Mamacita!, y traduce, cálmate, lindo, cálmate. Esa intimidad con el paciente provoca en ella una transformación interna mientras Muñoz se entera de que está roto y no podrá correr la carrera de mañana. Ahí, en los ojos maravillados de la enfermera que recuerda su primer jinete, está la trama oculta, el secreto no revelado.  

Ese secreto tiene que ver con algunas alusiones, como la idealización inicial, cuando la enfermera describe y diviniza al pobre jinete herido, que huele a estiércol y sudor; tiene que ver con el descenso de ese dios a un ser híbrido, entre fantástico y humano, un príncipe encantado que duerme; tiene que ver con este príncipe, que en los brazos de la enfermera se convierte en un hombre, ¿un hombre de ensueño?, se pregunta ella, ¿un bebé de ensueño?; tiene que ver con el clímax de la historia superficial, en el que ella traduce el diagnóstico del doctor Johnson, clavícula  fracturada, probablemente conmoción cerebral, al menos tres costillas rotas y no, dice Muñoz, el dios azteca, el príncipe encantado, el hombre en el regazo, el bebé de ensueño, desolado ante la evidencia del daño y la imposibilidad de alcanzar el destino, debía correr en las carreras del día siguiente, nos cuenta ella; y tiene que ver también con la transformación de la protagonista de la historia secreta, cuando, a oscuras, en la sala de rayos equis, convierte a Muñoz en un caballo, susurrándole, despacio, despacio, sintiéndolo, quieto en sus brazos, oyendo sus suaves resoplos y ronquidos. Finalmente el lomo de Muñoz, potro soberbio, se estremece cuando ella lo toca.

Berlin seguramente había leído los cuentos médicos de Chéjov y William Carlos William, como bien apunta Lydia Davis en el prólogo de Manual para mujeres de la limpieza, y quizás le sirvieron para conseguir la tensión de las escenas en ese hospital ficticio. Además la enfermería consta en la biografía de la autora como uno de los tantos oficios que tuvo que realizar para sacar adelante a sus cuatro hijos. Escribe de lo que conoces, decía el buen Anton.

Aun así, en el cuento nunca se especifica el sexo del narrador. Nosotros presumimos que es una enfermera por un prejuicio, como lo hizo notar una alumna del taller, pero también porque los cuentos de Lucia suelen ser autorreferenciales y tener como protagonista o personaje principal a una mujer con los rasgos de la autora.

Sin embargo, ayer, mientras volvía en tren, releí el cuento como si el narrador fuera un hombre. Imaginé entonces un enfermero al que le gusta trabajar en Urgencias, porque ahí hay hombres de verdad, hombres que sufren numerosos accidentes, pero se vendan y corren la siguiente carrera, esqueletos como árboles, radiografías de San Sebastián; un enfermero que cuenta la historia de su primer jockey, Muñoz, un dios azteca en miniatura, que se convierte en un príncipe encantado, y que en los brazos del enfermero se convierte también en un hombre y finalmente en un bebé de ensueño, que llama a su madre, en pleno delirio, ¡Mamacita! ¡Mamacita!; un enfermero que traduce la sentencia de Muñoz, mientras el doctor Johnson le seca el sudor de la frente; que lo lleva a la sala de rayos equis cargado al estilo King Kong; un enfermero que en la oscuridad de la sala calma a Muñoz, cálmate, lindo, cálmate; que acaricia la espalda de Muñoz entre resoplos y ronquidos, mientras esta se estremece como el lomo de un caballo.

En el taller salieron diversas interpretaciones de esa historia secreta que el narrador nunca devela al lector. Por ejemplo, se habló de crítica a la sociedad machista, del desencanto del matrimonio, del deseo sexual, de la maternidad, pero también de alguien que simplemente ama su trabajo.

¿Qué pasó en esa historia secreta que Lucia Berlin prefiere dejar aludida en la forma de mirar del que cuenta? Nunca lo sabremos y ese enigma provoca que lleve este cuento conmigo siempre, porque la relación que tengo con ‘Mi jockey’ se parece mucho a la que tengo con esos retrato que me miran desde la pared y que, me ponga donde me ponga, me siguen mirando. ︎