Katherine Anne Porter


«Creo que sólo he dedicado el diez por ciento de mis energías a escribir. El otro noventa por ciento lo dediqué a mantenerme a flote». Katherine Anne Porter, escritora del sur de Estados Unidos, fue víctima de la pandemia de la gripe en el año 1918. Cuando le dieron de alta en el hospital de Denver, Porter estaba flaca como una espiga y se había quedado calva. El cabello, cuando volvió a crecer, era blanco. Tenía veintinueve años.
        Se casó cuatro o cinco veces, pero nunca tuvo hijos. Vivió en distintos lugares de Estados Unidos, Europa y México. Trabajó en diversos oficios: «siempre tomé trabajos aburridos que no ocupaban mi mente ni todo mi tiempo y que, por otra parte, me permitían ganar lo suficiente para subsistir». Katherine no estaba de acuerdo con la mítica idea del artista que necesita la pobreza para crear: «No creo que vivir en sótanos y pasar hambre sea mejor para un artista que para cualquier otra persona; lo que pasa es que algunas veces el artista está obligado a hacerlo porque es la única vía posible de salvación».
        Porter recuerda, ante las preguntas de Barbara Thompson,  periodista de la Paris Review, ese tiempo en el que trabajaba de cualquier cosa y luego llegaba a casa y escribía. Un tiempo en el que instintivamente se lanzaba a escribir sin pensar en nada de lo que estaba pasando a su alrededor. «Estoy firmemente convencida de que durante toda nuestra vida nos estamos preparando para ser algo o alguien, aun cuando no lo hagamos conscientemente».
        Así se construye el oficio de escribir, para lo que hace falta coraje. Si el escritor no tiene coraje, fracasará como fracasan las personas en otros ámbitos, en otras esferas. «Una de las características distintivas del talento —dice la magistral escritora de Texas— es el coraje de tenerlo».