Katherine Anne Porter
Se casó cuatro o cinco veces, pero nunca tuvo hijos. Vivió en distintos lugares de Estados Unidos, Europa y México. Trabajó en diversos oficios: «siempre tomé trabajos aburridos que no ocupaban mi mente ni todo mi tiempo y que, por otra parte, me permitían ganar lo suficiente para subsistir». Katherine no estaba de acuerdo con la mítica idea del artista que necesita la pobreza para crear: «No creo que vivir en sótanos y pasar hambre sea mejor para un artista que para cualquier otra persona; lo que pasa es que algunas veces el artista está obligado a hacerlo porque es la única vía posible de salvación».
Porter recuerda, ante las preguntas de Barbara Thompson, periodista de la Paris Review, ese tiempo en el que trabajaba de cualquier cosa y luego llegaba a casa y escribía. Un tiempo en el que instintivamente se lanzaba a escribir sin pensar en nada de lo que estaba pasando a su alrededor. «Estoy firmemente convencida de que durante toda nuestra vida nos estamos preparando para ser algo o alguien, aun cuando no lo hagamos conscientemente».
Así se construye el oficio de escribir, para lo que hace falta coraje. Si el escritor no tiene coraje, fracasará como fracasan las personas en otros ámbitos, en otras esferas. «Una de las características distintivas del talento —dice la magistral escritora de Texas— es el coraje de tenerlo».