Joyce Carol Oates


En el ensayo «Del boxeo» la prolífica escritora Joyce Carol Oates cuenta que cuando le preguntaron al irlandés Barry McGuigan, campeón de peso pluma, ¿por qué se había hecho boxeador?, «Él respondió: “no puedo ser poeta, no sé contar historias…”».
        La vida, dice Oates, puede parecerse al boxeo, pero el boxeo solo se parece al boxeo. La vida, parece decirnos, no es una historia.
        El combate, en cambio, es «un drama sin palabras, único y sumamente condensado». Puede ser una historia clásica, dónde la peripecia es explícita. Sin embargo, como en las historias modernas: «Incluso cuando no sucede nada sensacional: entonces el drama es “meramente” psicológico».
        El boxeador tiene el rasgo fundamental de un personaje: el deseo. «Los boxeadores están ahí para establecer una experiencia absoluta, una pública rendición de cuentas de su ser».
        La historia, la agonía, cuenta también con un factor determinante: la autoridad del Tiempo. «El ceremonial toque de campana es un llamamiento a la vigilancia total para los dos boxeadores y para los espectadores».
        Joyce Carol Oates reconoce en la personalidad extrema de los contrincantes, rasgos de personajes universales: personajes intuitivos, maravillosamente dotados de capacidad adaptativa, que parecen pelear rememorando viejos combates; personajes mecánicos, dueños de una destreza admirable, pero incapaces de improvisar; y también aquellos personajes heroicos que «actuando al máximo de su talento, advierten, a mitad de combate, que no será suficiente» y caen, abruptos, ante nuestra mirada.
        La autora habla también de la historia oculta, la que no vemos, cuando se refiere al lenguaje del combate, más afín al de la danza o al de la música. Lenguaje que, sin embargo, si la historia está bien contada, subyace: «ocurre tanto, tan rápidamente y con tal sutileza de infarto que no puede absorberse sino para saber que algo profundo está aconteciendo y que acontece más allá de las palabras».