Joseph Conrad
«Siempre ha sido mayor el poder del sonido que el poder del sentido», escribió el legendario escritor polaco, Joseph Conrad, en el prefacio a su libro autobiográfico, Crónica Personal.
Por lo visto, era un tipo irónico, pesimista y le costaba muchísimo escribir, quizás porque su lengua materna no era el inglés y la adoptó leyendo a Shakespeare, en sus primeros viajes en barco, en Newcastle; y quizás también porque iba detrás de esas palabras precisas, que le eran especialmente esquivas, según parece. «Dadme un acento indicado —decía— y moveré el mundo».
La oralidad, tan presente en sus relatos y novelas, era lo que medía el poder final de la palabra, cómo sonaba en el lector, con qué vitalidad se reproducían las voces en él, era la base de todo.
Uno de los más grandes exponentes de la Literatura Inglesa, Conrad escribía en un inglés que resultaba, según Javier Marías, extraño, denso y transparente. Admirador de Flaubert y Maupassant, en cambio, detestaba a Dostoievski, muy denso y enrevesado para su gusto.
No creía en la voz heroica, causa de irrisión en el mundo; confiaba más en la voz humilde, sincera, absoluta y digna; y la aventura y el viaje fue la base de sus historias, donde la peripecia alcanzaba el nivel de símbolo.
Se dice que Joseph Conrad era muy malhumorado y neurótico, por ejemplo, no soportaba que se le se cayera la pluma al suelo cuando escribía, y pasaba un buen rato lamentándose la torpeza, antes de agacharse, recoger la pluma y seguir escribiendo.