Jorge Luis Borges


La idea de que un ser humano es todos los seres humanos está presente en la obra de Borges, tanto en su poesía como en sus relatos. Pienso en «El inmortal», «El jardín de los senderos que se bifurcan», «Funes»; pienso también en «Borges y yo», o en «El otro»; pienso en «Tamerlán»... Y también pienso en todos sus textos que empiezan o usan el típico «yo soy…» al modo de Whitman.
        Este ser uno (el olvido) y ser todos (la memoria) tiene una relación fortísima con la cuestión del tiempo en la obra de Borges. Así es que el prólogo al libro de cuentos «El espejo que huye» de Papini, que algunos torpemente han considerado una excusa del argentino para justificar su plagio, es una nueva misiva en favor de esta cuestión del tiempo, de uno y de todos los que somos.
        Dice Borges en el prólogo: «Leí a Papini y lo olvidé», alegando el recuerdo o su ausencia como tantas veces; en El inmortal: «que yo recuerde…»; o en Funes: «Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo…)»… Borges siempre olvida y es Borges; luego recuerda y es Papini, es un rabadán de la llanura, es esa espada, es el rojo de Tamerlán, es el que «como los otros muere». Cuando el argentino recuerda es milenario y plural, cuando olvida es mortal y único.
        El doble, tanto en el relato de Papini como en el de Borges, no es Dios y el hombre; no es la muerte y el hombre; no es el hombre y su inconsciente lo que se encuentra y dialoga… es más bien el olvidado (joven sin memoria) y el que recuerda (viejo memorioso). «Al releer aquellas páginas tan remotas —dice Borge de Papini— descubro en ellas, agradecido y atónito, fábulas que he creído inventar y que he reelaborado a mi modo en otros puntos del tiempo y el espacio».