El personaje sin sombra
Según Román Gubern (Máscaras de la ficción, 2002), a lo largo de la tradición literaria y cinematográfica, se han creado ciertos personajes arquetípicos que seguimos reproduciendo con una serie de matices específicos que responden a los rasgos culturales y a las tendencias de cada tiempo.
Así, por ejemplo, si hacemos un pequeño ejercicio de memoria, podemos reunir algunas características comunes entre los superhéroes o los personajes malvados que han poblado la ficción y luego, de manera aguda, distinguir entre ellos una serie de matices que los diferencian. Un caso en el que podríamos marcar similitudes y variantes es en el personaje del Joker de Tim Burton y el de Todd Phillips, aunque eso sería razón de otro artículo.
Ahora bien, el primer arquetipo que nos presenta Gubern y al que vamos a dedicar esta sesión es es el personaje sin sombra.
Los signos indiciales
Como propuso el filósofo pragmático Charles Sanders Peirce, los objetos e individuos tienen índices, es decir, signos que mantienen una conexión física o causal directa con el objeto al que refiere.
Los tres ejemplos clásicos de signos indiciales que Peirce menciona son: sombra, reflejo y huella.
La sombra es un signo indicial porque es un efecto directo de la presencia de un objeto. La sombra depende completamente del objeto que la proyecta y de la fuente de luz que la crea. La sombra no representa al objeto de manera simbólica, pero nos da información directa de su existencia y forma. Por ejemplo, si ves la sombra de un árbol, puedes inferir la existencia del árbol sin verlo directamente.
El reflejo es otro signo indicial, ya que también es un resultado directo de la interacción física entre la luz y la superficie reflectante, así como el objeto. Un reflejo en un espejo, por ejemplo, nos muestra una imagen del objeto tal como es, pero no de forma simbólica, sino por la conexión física de la luz que viaja del objeto al espejo y luego a nuestros ojos. El reflejo indica la presencia y apariencia del objeto reflejado.
Una huella es el ejemplo más claro de un signo indicial porque es una marca dejada por la presencia y acción directa del objeto en un lugar. Una huella en la arena, por ejemplo, indica que una persona o animal estuvo allí y dejó esa marca física. La huella es una consecuencia física del objeto y su movimiento, no una representación simbólica, sino una evidencia directa de su presencia.
El personaje sin sombra en la ficción
En este caso, vamos a describir algunas características de la relación entre el personaje de ficción y su sombra, tal como lo hace Gubern, para descubrir los elementos comunes y también los matices entre personajes de distintas historias.
El autor catalán rescata una novela escrita en 1814 por Adalbert von Chamisso, La maravillosa historia de Peter Schlemihl. El libro es una carta que el autor recibe de un anciano visitante, que no es otro que Peter Schlemihl, y que contiene su relato autobiográfico en primera persona. La novela empieza con una carta que el mismo Chamisso envía a un tal Julius Eduard Hitzig, hablándole de la existencia de este cuaderno que ha recibido: «Es de este Schlemihl, al que había perdido de vista hacía muchos años, de quien procede el cuaderno que quiero darte a conocer», le dice a Hitzig.
Gubern resume el contenido del cuaderno:
«Relata, en suma, las desventuras padecidas por su protagonista por haber vendido su sombra al diablo, a cambio de una bolsa de la que salen monedas sin cesar. Aunque, un año después del pacto diabólico, se niega a recuperar su sombra a cambio de entregar su alma, como le propone el maligno. Arroja la bolsa de monedas a un precipicio y se compra unas botas de siete leguas, que le llevan por todo el mundo, estudiando la naturaleza y escribiendo tratados de geografía, botánica y zoología». (Pág. 13)
La novela de Chamisso se circunscribe al ciclo fantástico del doble o del Doppelgänger(Juan-Paul Richter, 1796). El mito del doble, como veremos más adelante al abordar el caso del reflejo del personaje, domina el pensamiento humano: cuerpo/alma, bien/mal, vida/muerte, etc. En la época del Renacimiento, este doble del personaje (sombra o reflejo) se utilizó como elemento cómico (impostor o imitador), pero a partir del siglo XIX, el viraje fantástico le dio una connotación terrorífica, dramática, trágica y psicológica (divided self). Además, no olvidemos que en 1839, se tomaron las primeras fotografías, un hito científico que puso el tema del clon en la discusión cultural de la época.
El desarraigo
Paul Coates (1988) observó que el tema del doble en dicha época fue frecuentado por autores con problemas de identidad nacional o lingüística (Joseph Conrad, R.L. Stevenson, Henry James y Oscar Wilde). Chamisso, aunque no es citado por Coates, tuvo una biografía marcada por el desarraigo:
«Niño francés fugado a Berlin con su familia a causa de la Revolución, donde cambió de nombre y adoptó la lengua alemana, de vida harto viajera, estudió la metagénesis de los moluscos y las lenguas australoasiáticas, como el hawaiano, y su curiosa botánica le llevó a dar la vuelta al mundo».
«Soy francés en Alemania y alemán en Francia, católico entre los protestantes y protestante entre los católicos», se lamentaba el escritor de la novela de Schlemihl.
Así podemos encontrar un primer paralelismo entre el personaje y el autor: Falta de sombra/falta de patria.
Este rasgo característico del personaje sin sombra tiene sucesivos correlatos. Uno de ellos, es el de los personajes del cuento ‘Los divagantes’ de Guadalupe Nettel, incluido en el libro que lleva el mismo nombre (Anagrama, 2023).
En ‘Los divagantes’, la narradora cuenta la historia de su amistad con Camilo a lo largo del tiempo, desde los seis años hasta la juventud. «Camilo y yo comenzamos a jugar en un tiempo más lejano del que alcanza mi memoria».
La narradora, haciendo recuento, reflexiona sobre la infancia y cómo, cuando era niña, quería que esta se acabara: «La niñez nos parecía una interminable sala de espera, una etapa transitoria entre el nacimiento y la vida que deseábamos tener». Camilo y ella tenían en común ese desdén y buscaban juntos «un lugar donde nadie pudiera pedirnos que regresáramos».
Si creamos una analogía entre infancia y sombra, parece propicio mencionar el inicio de La maravillosa historia de Schlemihl.
En el principio del relato él llega a puerto en busca de Thomas John, a quien tiene que entregar una carta. El hecho es que simpatiza con Thomas y este lo invita a un paseo junto a un grupo de amigos. Aunque acepta, el personaje se mantiene rezagado: «Yo fui el último en seguirlos, sin molestar a nadie, porque nadie se ocupaba de mí».
Cuando Schlemihl y compañía llegan a la rosaleda, ocurre un incidente, la bella Fanny, la reina del día, se pincha el dedo con una espina. Entonces un personaje desconocido saca del bolsillo un emplasto inglés para la dama. Lo siguiente es «un telescopio, una alfombra de veinte pasos de largo por diez de ancho, una tienda de lujo del mismo tamaño y todos los palos y hierros necesarios». Horrorizado, Schleminhl huye, pero en una esplanada vuelve a encontrar al hombre de gris, que se le acerca, se presenta y luego le hace una proposición desconcertante:
«(…)permítame que se lo diga, con admiración inexpresable he podido contemplar su tan, tan hermosa sombra, (…): ¿sería posible que no se negara a cedérmela?»
Schlemihl acepta fatídicamente, tal como los personajes de Nettel cederían su infancia a cambio de la tentadora “vida”.
Shlemihl, aunque extrañado por lo insólito del caso, cae en la tentación del monedero que el hombre de gris saca de su bolsillo. ¡Un monedero del que puede extraer monedas de oro siempre que quiera! Trato hecho, se condena sin saberlo el personaje, «mi sombra es suya a cambio de la bolsa».
La pérdida de la sombra es un ritual excéntrico en el caso de la novela de Chamisso y aunque el ritual es posterior en ‘Los divagantes’, también aparece en forma de escena anticipatoria, en la que la narradora está en un barco con su padre y otros biólogos. Hace poco que se han mudado a Estados Unidos, porque al padre aceptó un puesto de investigador en la Universidad de Nueva Orleans. Están en el barco, pescando, cuando algo tira de la caña con fuerza, y espantados, se dan cuenta de que no han pescado un pez sino un pájaro enorme, un albatros. Ella, que busca pájaros en la cara de la gente, ha encontrado el que más se parece a Camilo.
En la novela de Chamisso, Schlemihl describe la transacción con el hombre gris:
«(…) arrodillándose en seguida delante de mí, le vi desprender con destreza admirable mi sombra del césped, desde la cabeza hasta los pies, plegarla y enrollarla silenciosamente y, por último, guardarla en el bolsillo. Levantándose, me hizo una última reverencia y se alejó hacia la rosaleda. Desde allí me pareció oírle reír (…)».
En los divagantes:
«Finalmente, el biólogo consiguió sacar el pedazo de metal y, después de intentar varios pasos sin equilibrio sobre la cubierta, el albatros aleteo para alzar vuelo. En cuanto, estuvo en el aire, extendió sus alas y voló con majestuosidad sin alejarse del barco».
La protagonista le pone cara a aquello que ha perdido: Albatros, Camilo, infancia, sombra.
En este sentido, parece elocuente recordar Tarántula (Libros del Asteroide, 2024) de Eduardo Halfon, aunque el contexto de la relación personaje/sombra vaya por otro sendero. Me refiero a la escena en la que el narrador recuerda estar perdido en medio del monte y hablarle a su sombra:
«La luz había perdido ya todo su resplandor y las sombras empezaban a alargarse y en eso se me ocurrió que mi propia sombra deseaba separarse de mí, que ya no quería acompañarme en la montaña, y me puse a hablarle a mi sombra en voz alta para convencerla y retenerla un rato más. Sombra, nombré a mi sombra». (Pág. 133)
No es una sorpresa, descubrir que Halfon nació en Guatemala pero sus padres huyeron a Estados Unidos cuando él tenía doce años. Halfon regresó a Guatemala cuando caducó su permiso de estudiante, hecho traumático, que derivó en su descubrimiento de la literatura como herramienta para construirse una nueva identidad. De familia judía, en Tarántula, el escritor guatemalteco cuenta la historia de un niño que reniega de la tradición religiosa de sus padres y justamente, como un intento de inocular la identidad judía en él y en su hermano, el padre decide enviar a sus dos hijos a un campamento judío en Guatemala. Lo que no calcula es que la metodología de los que dirigen el campamento incluye una simulación de lo que lo hicieron a los judíos en los campos de concentración Nazi. El narrador rememora todo esto desde París con un ánimo marcado por el sentimiento de desarraigo y la tensión de un encuentro con uno de los partícipes de ese campamento. El Eduardo de la novela es un personaje sin lugar, un divagante, un hombre sin sombra.
El rechazo social
El desarraigo del personaje sin sombra, según Gubern, parece conducir al rechazo por parte de la sociedad: «Al perder su sombra, Peter pierde su respetabilidad social y se convierte en un monstruo», incluso envidia a los gordos, que proyectan sombras anchas.
Tiene que inventar explicaciones embarazosas para su carencia. Incluso un criado infiel renuncia a brindarle su servicio, porque no está dispuesto a servir a un hombre que carece de sombra.
La narradora de ‘Los divagantes’ observa: «Habría sido muy feliz [Camilo] si sus compañeros hubieran mostrado su desagrado marginándolo en vez de golpearlo todos los días». Camilo, menciona antes, «usaba lentes y hablaba raro». Ella también sufre acoso durante la infancia por su timidez extrema, pero ya en Estados Unidos, cuando también su identidad está en crisis, recuerda: «La época que comenzó en ese momento fue muy inestable para mi familia e inauguró un periplo que nos llevó por diferentes ciudades estadounidenses y europeas». Los padres peleaban y ella no lograba situarse. Incluso recuerda su estadía en el sur de Francia y describe a sus compañeros del Lycée Mignet de Avignon sin incluirse:
«Mis compañeros vivían un periplo de celo permanente. Absortos en sus distintas coreografías de cortejo, hacían todo lo posible para conseguir pareja, pero después, a mitad del año, la cambiaban por otra y luego por otra más».
El rechazo social, señala Gubern, viene a menudo acompañado por elementos que también pueden caracterizar al personaje sin sombra: la impotencia sexual, la soledad, el vampirismo y la heliofobia (miedo a la luz).
El miedo a la luz
En Tarántula, por ejemplo, después de una actividad fatigosa en el campamento, Eduardo le pide a su guía que le deje ir al río a lavarse. Este accede y así el protagonista se desplaza en la oscuridad, y a contraposición de todo lo que ocurre por la mañana (esfuerzo impuesto por la organización), la noche es donde él adquiere la capacidad de mirar, sin ser visto:
«(…) rápidamente entendí que ella no había escuchado mis pisadas en el follaje porque tenía la cabeza metida en el agua, cubriéndole las orejas; y tampoco me había visto bajando por el sendero puesto que yo no llevaba conmigo luz alguna».
También la narradora de ‘Los divagantes’ recuerda sus días en Francia, recluida de la luz exterior: «Los libros fueron mis únicas amistades estables en esos años. Llegaba a casa a leer hasta que me vencía el sueño».
Es curioso relacionar las imágenes dedicadas al personaje en la oscuridad entre Tarántula y La maravillosa historia de Schlemihl.
En la novela de Halfon, el personaje, protegido en la oscuridad, tiene una intensa experiencia erótica mientras mira a la mujer que se baña en el río, en medio de la noche: «(…)temía que al abrir de nuevo los ojos la mujer ya no estuviese ahí, boca arriba y hechizante y emergiendo como una enorme flor blanca desde el agua negra y poco profunda».
Schmelihl cuenta de forma también erotizante la escena en la que, irascible y cansado de que la gente lo hostigue con sus preguntas por la sombra perdida, forma una alfombra de monedas doradas y se tira sobre ella: «mi pobre corazón gozaba de su brillo y sonido, hasta que cansado caí sobre el lecho repleto de oro, cogiéndolo a brazadas y revolcándome encima» y «la noche me encontró tendido sobre el precioso metal y en esa posición me venció el sueño».
La necesidad de recuperar la sombra
En ‘Los divagantes’, la narradora recuerda cuando se atrevió al fin a escribir una carta a Camilo por primera vez. «La mandé sin saber si Camilo la recibiría». Es curioso, en este punto, que ella escribiera una carta y que el relato de Schlemihl fuera también una carta que escribió a Chamisso y que luego Chamisso envió intacta a Hitzig. La carta, dice Ciceron, no siente vergüenza. Camilo, a la primera carta de ella, responde con una foto de su nueva patineta y le dedica «un beso, Camilo».
El tono epistolar de Schmelihl es más melancólico: «Entonces soñé contigo. Me parecía estar detrás de la puerta de cristal de tu pequeña habitación, viéndote sentado en tu escritorio, entre un esqueleto y un ramillete de hierbas secas».
En ambos casos, tanto en la forma epistolar de la novela de Chamisso como la aparición de esta correspondencia de la narradora y Camilo en ‘Los divagantes’, el hecho cumple una función similar: demuestra la necesidad de volver de los personajes a través de la ilusión de la carta: que convierte la ausencia en presencia.
En el caso de Tarántula, a pesar de que no hay una carta, si hay la necesidad de Eduardo de prolongar los reencuentros que tiene en París, para prolongar y recorrer el recuerdo de ese viaje a Guatemala impuesto por su padre. Uno de esos reencuentros es con Regina, una de las mujeres que estuvo en el campamento hace una pila de años, con la que él había coincidido en algunas guardias y atizado el deseo sexual que lo asediaba en plena pubertad; el otro es el guía, la represión, el trauma.
Camilo, en ‘Los Divagantes’, planea el regreso a Uruguay, vendiendo marihuana a escondidas de sus padres para ahorrar dinero. Ella escribe cartas y el pequeño Eduardo decide escapar del campamento.
También Schlemihl, al ver las consecuencias de lo que implica perder la sombra, quiere recuperarla:
«Al día siguiente, mi primera preocupación consistió en hacer buscar al hombre de la levita gris por todas partes. Podría lograr encontrarle y ¡qué felicidad en caso de que él, igual que yo, se arrepintiera del estúpido negocio!».
El deseo de volver ofrece resistencias en los tres casos. En el de Schlemihl, las cosas no son fáciles, nadie sabe dónde está el hombre de gris: «¿De qué sirven las alas a quien está sujeto con cadenas de hierro?», se pregunta desolado.
En ‘Los divagantes’, el precio del regreso es muy alto: el padre de la narradora muere sorpresivamente y madre e hija viajan a México para enterrarlo, y en Tárantula de Halfon, el pequeño Eduardo se pierde en la montaña y se va debilitando, al tiempo que teme que lo encuentren los raptores.
El nomadismo
El último rasgo común del personaje sin sombra que me gustaría destacar es la tendencia al nomadismo. Los personajes sin sombra, como destaca Gubern, suelen viajar, vivir en lugares distintos al lugar de origen, lo que contrarresta, por otra parte, la incapacidad de volver y la pérdida del punto de referencia. Como bien destaca Nettel en el título del relato en cuestión, los personaje sin sombra son “divagantes”:
«Es cierto que siglo XIX fue un siglo de viajes y de aventuras, con muchas connotaciones positivas, pero nuestro protagonista aparece como un nómada eterno, emparentado al mito del desarraigado judío errante. (…) La condena al nomadismo perpetuo es la manifestación de su culpa, con la negación del reposo, (…) pero sin destino».
Schlemihl consigue encontrar al hombre de gris y este está dispuesto a devolverle la sombra, pero el precio es muy alto. Schlemihl tiene que despojarse de su alma. No puede hacerlo. De modo que deambula por el páramo, tres días, comiendo frutos silvestres y saciando la sed en una fuente, circunstancias que nos recuerdan al pequeño Eduardo perdido en la montaña guatemalteca. También Schlemihl tiene la ilusión de que puede encontrar, en esa soledad, una sombra sin dueño. «Sombra», le dice, «¿andas buscando a tu dueño? Yo quiero serlo». Pero la sombra huye. Más tarde se deshace del monedero y consigue unas botas de siete leguas que le permiten recorrer el mundo.
En el caso de la narradora de ‘Los divagantes’, la muerte de su padre trae consigo la reaparición de Camilo, que tras el entierro llama aunque ella está indispuesta para hablar con nadie. Más tarde, sin embargo, de regreso en México, con ocasión de un homenaje a su padre organizado por la Facultad de Ciencias, al fin se da el esperado reencuentro. Camilo sigue viviendo en Villa Olímpica, pero planea marcharse a Uruguay pronto. Ella decide no volver a Francia para prolongar aquel tiempo con Camilo. Ambos están solos y comparten esa soledad en el páramo de su viaje sin destino.
Ella y Camilo parecen ser sujeto y sombra y viceversa en una de las imágenes más memorables del cuento de Nettel:
«Caminábamos juntos por los senderos de piedra, tomados de la mano, pero en realidad hacíamos dos caminos opuestos: yo regresaba a la infancia mientras que él solo quería huir de ella».
En la novela Tarántula de Halfon, el niño miente a los dos hombres vestidos de militar, con rastros de pintura verde en la cara, vestimenta militar, machete en la mano y escopeta en el hombro, cuando estos le preguntan su nombre:
«Yo estaba a punto de decírselo cuando algo me hizo pensar que no era sensato y entonces le dije el primer nombre que me vino a la mente. Juan Sandía, susurré»
El nombre que elige Eduardo es el del jardinero y chofer de toda la vida de su abuelo polaco. A diferencia de Schlemihl, el niño no intenta adquirir una sombra que no es suya, sino que la disfraza con la sombra de Sandía. «¿Y anda escapado usted, Juan Sandía?», le pregunta más adelante el más moreno. «¿Carga papeles?», le pregunta luego. «¿Anda usted solito, Sandía?».
Algunos apuntes finales
La antropología, afirma Gubern:
«(…) al igual que el psicoanálisis, ha inventariado los múltiples significados simbólicos de la sombra: en la antigüedad se veía en las sombras las almas de los difuntos que podían interferir en los vivos, requiriendo por ello ritos funerarios para conjurarlas; en el reino de Benín se creía que en el juicio a los muertos la sombra de cada individuo atestiguaría contra él, mientras en otras culturas africanas constituía la segunda naturaleza de los seres y de las cosas; en algunas culturas amerindias la misma palabra designa sombra y alma y para los indios del norte canadiense la unión del alma y de una sombra podía producir una nueva vida o una resurrección; mientras para Jung significaba el lado oscuro de la personalidad y, en general, la parte primitiva del individuo».
El diálogo con la propia sombra o con la ajena también es recurrente en la literatura de los personajes sin sombra. Por mencionar otros casos, además de Schlemihl en el páramo, las cartas que la narradora de ‘Los divagantes’ le escribe a Camilo y el niño Eduardo pidiéndole a su sombra que no lo deje, podemos referirnos a la conversación del protagonista de La ciudad y sus muros inciertos de Haruki Murakami y al relato La sombra de Andersen. En estas dos historias, el protagonista aparece como un ente pasivo al servicio de la sombra, y es ella la que da las indicaciones de que se debe hacer.
Otro elemento menor, pero no menos elocuente es el daño físico como consecuencia a la perdida de la sombra. Camilo casi pierde una pierna en un accidente de coche y pasó tres meses en el hospital; el niño Eduardo sufre una picada que le da fiebre y le hincha la mano; Schmelihl sufre un accidente y «es internado en un asilo-hospital». El protagonista de la novela de Murakami tiene lo ojos dañados porque es el precio, junto al despojo de la sombra, para poder entrar en la ciudad de los muros inciertos. Hecho que nos recuerda, el retorno del personaje que se libera de las ataduras, en la alegoría de la caverna de Platón, y pierde la capacidad de mi mirar de frente, deslumbrado por la luz del sol.
Finalmente, el personaje sin sombra, desarraigado, viajero y divagante no pierde el alma, y el alma es también el recuerdo de la sombra: el relato de Schmelihl, en clave epistolar, es el relato de ese recuerdo. Así también parece entenderlo la narradora de ‘Los divagantes’ de Guadalupe Nettel que empieza el cuento afirmando: «La infancia no acaba de una vez, como nosotros queríamos cuando éramos niños».︎
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El autor
Enrique Carro (Lima, 1985) es filósofo, escritor, lector profesional, profesor de escritura creativa y conductor del canal de Youtube Enrique Carro | Lector.
Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y luego cursó un máster en Estudios interdisciplinarios de las Migraciones Contemporáneas en la Universitat Autònoma de Barcelona. A partir del 2012 y hasta el 2021 trabajó de camarero en distintos bares y restaurantes de la ciudad. En 2018, autopublicó su primera novela, ¿Dónde estás? (Universo de Letras), un thriller juvenil ambientado en Lima.
En 2019, el autor empezó dos años de estudio en la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés, en los que contó con el apoyo de los escritores Javier Argüello, Albert Lladó y Mercedes Abad.
A mediados del 2021, Carro deja la hostelería definitivamente y empieza a dar talleres en ateneos y centros cívicos, además de impartir servicios particulares de edición, clases de escritura creativa, informante de lectura y coaching literario. A finales de 2022, se publica en España Cabalgar un unicornio azul en la playa (Talón de Aquiles), un libro de relatos sobre la vida, el trabajo y la familia de personajes de clase media.
En agosto de 2023, presenta su libro de cuentos en Lima, en la librería Babel, junto a Jeremías Gamboa, autor de Contarlo todo (Random House, 2013) y Animales Luminosos (2022), quien dice: “Estos cuentos son como perdigones, o como piedras que uno podría encontrar en un lugar insospechado y que contiene sentido, dolor, grieta, furor, y también derrota y esperanza”.
Actualmente, el autor peruano es profesor del taller La voz propia en el Centre Cultural Teresa Pàmies en Barcelona y lleva el canal de YouTube Enrique Carro | Lector, un espacio en el que reseña libros y sube contenido complementario para sus talleres de escritura.