Dos semanas leyendo a Arrabal


La piedra de la locura (Laetoli, 2020)

Poemario "La piedra de la locura" del escritor Fernando Arrabal︎

Me encontré con un cuento de Fernando Arrabal en una antología de microrrelato español:

Vino el cura a ver a mi madre y le dijo que yo estaba loco.
Entonces mi madre me ató a la silla, y el cura, con un bisturí, me hizo un agujero en la nuca y me sacó la piedra de la locura.
Luego, entre los dos, me llevaron, atado de pies y manos, a la nave de la locura.

En la antología había además dos cuentos idénticos. Uno en el que la madre y el cura llevan al protagonista a la iglesia de los devotos y otro en el que lo llevan a la catedral de los sumisos, que es el que más me gustó de los tres.

Arrabal, según leí después de releer un par de veces los tres cuentos de la extracción, nació en Melilla, ganó un concurso de niños superdotados, estaba muy agradecido a las monjas teresianas que lo educaron en Ciudad Rodrigo y Madrid, su padre desapareció al huir de una cárcel franquista y años después Fernando, en 1967, fue encarcelado por blasfemia y ultraje, emulando a su padre, aunque, a diferencia del desaparecido, él fue absuelto por la presión férrea de la intelectualidad internacional, entre la que el autor contaba varios amigos.

Leí también que fundó el Movimiento Pánico, junto con Eduard Topor, a quien Arrabal considera una de las personas más inteligentes que ha conocido, y el carismático artista chileno, Alejandro Jodorowsky. Al respecto, en un artículo de Irene Andrés-Suárez, leí que la escritura pánica utilizaba la memoria como fuente de datos y el azar como criterio de selección. Encontré algo sobre patafísica y me colgué leyendo un libro de Alfred Jerry, Costumbre de los ahogados. Del que me sorprendió sobre todo el siguiente cuento titulado Suicidas:

Alejandro Cohen relata maravillosamente en El Europeo la carrera deportiva del lamentado James Barry, verdugo, o más exactamente colgador.

Desgraciadamente el deporte de la horca no ha sido adoptado oficialmente en Francia. Sus aficionados se ven en la obligación de ser a la vez ejecutores y objetos de este, y nos atrevemos a decir que sus performances tienen apenas el alcance de un vicio solitario.

Costumbres de los ahogados (Corazones blindados, 2023)

La noche siguiente, vi dos videos en YouTube sobre Fernando Arrabal.

El primero correspondía a un programa de tertulianos conducido por Sánchez Dragó y aparecían figuras como Jorodowsky o Mario Satz.

En el video, Arrabal está descarriado, y aunque dice que no le dejan hablar y que piensan que está borracho, insinuando que no lo está, Arrabal está muy mamado. Se tambalea, se repite, interrumpe a todo el mundo, camina en medio de la tertulia, se le pone encima a los que están hablando, se sienta en una mesa de cristal y varias veces está a punto de tirarla. En los créditos lo denominan el Anarquista Divino.

El segundo video correspondía a una entrevista que Andreu Buenafuente le hizo a Arrabal en 2012, con motivo de la publicación en España de la poesía completa del escritor.

En este video, Arrabal entra en el plató de Late Motiv. Tiene una copa de vino tinto en la mano, pinta canas y luce unas gafas para ver y las otras, oscuras, en la cabeza. En medio de la entrevista, en la que Arrabal divaga y Buenafuente termina lanzando sus apuntes, al artista se le cae la copa, la rompe y mancha la moqueta de vino. La cámara enfoca la copa rota y la mancha en la moqueta y se oye la risa y los aplausos inquietos del público de fondo. Buenafuente se solidariza y también tira su taza negra. Esta vez Arrabal pasa de un tema a otro, pero dice cosas geniales, inesperadas, «España limita por el Norte con el mar Cantábrico y por el este con la fantasía y la miseria», por ejemplo.

Días después releo el cuento de Arrabal. El tercero de la serie que aparece en la antología:

Vino el cura a ver a mi madre y le dijo que yo estaba loco.
Entonces mi madre me ató a la silla, y el cura, con un bisturí, me hizo un agujero en la nuca y me sacó la piedra de la locura.
Luego, entre los dos, me llevaron, atado de pies y manos, a la catedral de los sumisos.

Me han invitado a una presentación y el libro, que voy a recoger a la librería +Bernat, tiene de portada el cuadro del Bosco, una coincidencia que me sobrecoge, Extracción de la piedra de la locura. El libro se llama Mundo Anclado y la escribió un joven escritor mexicano que no conozco ni he leído, Alejandro Espinosa Fuentes.

Antes de empezar a leer el encargo, me paso horas navegando en internet. Busco información sobre el cuadro que lo ata todo. Estoy conmovido, una serie de hilos intercepta la lectura y mi vida otra vez.


Extracción de la piedra de la locura (El Bosco)

El Bosco debió pintar el cuadro entre 1450 y 1516, lo que los expertos denominan Primera Etapa. Fue un encargo del hijo ilegítimo del duque Felipe El Bueno, Felipe de Borgoña. Por lo visto, este Felipe tenía algo en mente, algo distinto a lo habitual, y por eso el encargo vino con algunas especificidades. La pintura tendría que realizarse en una superficie lisa, sin empastes ni molestas texturas que formaran relieve. La obra debía tener la apariencia de un escudo. Por eso la escena está dentro de un círculo que aparenta un espejo (o ventana) en medio de un marco que rinde homenaje a la escudería de la orden del Toisón de Oro.

En la escena, el loco está sentado y atado a un sillón, descalzo. Los suecos están en un cajón debajo del loco. El loco es gordo, medio calvo y pinta húmedas canas en la nuca. Me mira, una mirada atónita, pero que se queda a la mitad de algo, quizás por esa boca sin labios ni dientes, medio abierta, con una lengua que parece quieta en medio de una palabra. El loco todavía se coge de la bracera del sillón, no está totalmente dormido. La sangre le cae hasta la oreja y en el centro del cráneo, del agujero que el curandero le hace con un cuchillo, le sale una flor amarillenta.

En la escena está el curandero con un embudo de sombrero, que mira mezquinamente la cabeza del loco mientras escarba con el cuchillo, a su lado está el cura que levanta una mano como celebrando la operación y en la otra tiene una birreta, sin duda llena de vino o cerveza, el pelo tan blanco como el del loco, pero más fino y peinado. El cura luce lo que hoy llamamos la calvicie del franciscano. Tiene la nariz grande y las cejas arrugadas, lo que le da algo de gravedad a su gesto, pero sus labios, como los del curandero, dibujan rasgos confusos, entre la satisfacción, la ironía y la contención de un estafador. Y está también la monja que mira al loco, apoyando los codos en la mesa y la cara en la mano, como aburrida, quizás lacónica. La mujer está atenta, envuelta en velo y con un libro cerrado sobre la cabeza. Mira al loco con atención, tiene la boca torcida. No sé si está aburrida pensando en otra cosa o la mueve algún tipo de conflicto que reprime al punto de que solo se le tuerce la boca. Esa mujer sabe callar, eso es lo que me viene a la mente mientras la miro.

Luego me fijo que el curandero, el cura y la mujer miran al loco, pero el loco me mira a mí.

La escena además ocurre en medio del campo, allí se ha dispuesto el sillón de madera y la mesa azul, sobre la que hay otra flor, quizás la del paciente anterior. En el horizonte del fondo se distinguen ciudades y molinos, incluso montañas lejanas ocultas en la bruma celeste.

El cuadro está acompañado de una enigmática señal. Maestro, extráigame la piedra de la locura. Mi nombre es Lubbert Das. Lubbert Das era un personaje satírico de la literatura neerlandesa, su nombre significaba tejón castrado. El loco también lleva un bolso atado a la silla y si uno se fija bien está atravesado por una daga. Según la página del Museo del Prado eso tiene una connotación erótica. Hay quienes lo relacionan al dinero que va a robarle el curandero, que no por nada luce un embudo como sombrero, signo de estupidez y engaño. Sin embargo en la reseña leo también que el nenúfar que le extrae al loco simboliza la lujuria, que no es un tulipán, como algunos piensan, ya que en aquella época no se habían sembrado todavía los primeros tuli panes en Holanda.


Mundo Anclado (Contrabando, 2023)

Unos días antes de la presentación de Mundo anclado, voy a la librería Taifa en Verdi. Saludo a un hombre que está en la caja registrando libros y le pregunto si tienen La piedra de la locura de Fernando Arrabal. El hombre aspira. Es un tío grueso y se infla bastante. Arrabal, dice mientras el aire tibio le sale por la nariz, no lo tenemos, estoy seguro, y hasta diría que, déjame ver, déjame ver. Yo sé que hay una edición de la editorial Laetoli, bastante reciente, 2022, pero no lo digo, veo que el tiene algo en mente y lo dejo hacer. Está pensando en la edición de Destino, descatalogada hace años, estoy seguro. Está descatalogado, qué lástima, es que yo tengo ese libro en casa y es muy antiguo, pero espera, me dice, sin dejar de teclear y mirar la pantalla. Laetoli lo tiene, te llegaría el martes o miércoles. La presentación es el miércoles, le digo, es que me gustaría tenerlo para la presentación. Arrabal, repite él, es que me hace mucha ilusión que me hayas preguntado por este libro de Arrabal, soy muy fan. No me digas. Creo que en ese libro, me dice el librero que ahora sonríe, hay un cuento sobre un hombre que se despierta con una buena pedrada, le duele mucho la cabeza y ve las botellas de vino tiradas en el suelo y luego, bueno, tienes que leerlo, dame tu teléfono para mandarte un SMS en cuanto llegue.

Es tan antiguo eso de los SMS, pienso y luego le doy mi teléfono y mi correo electrónico.

Huellas de homínidos en Laetoli, Tanzania

Esa noche googleo la palabra Laetoli y veo que es un yacimiento paleolítico en Tanzania, en el que Mary Lacky y su equipo encontró, entre los años 1978 y 1979, huellas de humanos de hace cuatro millones de años.

El SMS del librero me llega en medio de la espera en el Hospital de San Pau. Han operado a mi mujer. Le han quitado una várice. Aunque es una operación menor, estoy nervioso. Últimamente siento más aprensión por la muerte, por otro lado sufro con la idea de que ella esté triste por las marcas de la intervención.

He visto cómo se la llevaba un enfermero.

Ella iba sedada, los ojos chinos y felices, de una paz agónica. Me despedí con la mano y ella apenas la levantó, le debía pesar horrores con el globo que llevaba. Son unos cortesitos de nada, me dice la doctora cuando contesto el móvil, ha ido todo perfecto, ahora te volvemos a llamar para que pases a verla.

La cubierta de la edición de Laetoli es negra, Arrabal está en letras rojas y el título, La piedra de la locura, en color blanco, debajo hay una pequeña foto del autor, con gafas redondas, fumando una pipa, barbudo y con el pelo negro. Parece algo más joven que en el programa de Sánchez Dragó. El libro cuenta con dos epílogos. Uno de Vicente Aleixandre y el otro de Camilo José Cela.

El de Aleixandre es una carta que este le escribe a Arrabal en 1965, en la que lo elogia: «La personalidad de usted (…) ha ido creciendo con su teatro, tan certeramente invasor del hombre profundo».

Lo de Cela es más bien un alegato. En 1967, como ya mencioné antes, Arrabal estaba en prisión esperando ser juzgado por escribir una dedicatoria en uno de sus libros: «Me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás». La policía, en cuanto tuvo el ejemplar en sus manos, ordenó la detención del blasfemo. En medio de esos apuros, Cela se unió a la presión de la intelectualidad nacional e internacional con un artículo publicado en el periódico Pueblo el 25 de septiembre:

Solo quisiera rogarles que recapacitasen cristianamente sobre una evidencia: los sueños no entran en tela de juicio y Arrabal, desde que nació, está dormido, quizás incluso trágica y bellamente dormido.

Alejandro Espinosa Fuentes no nació en Laetoli, pero la noche de su presentación mencionó el noroeste de México y dijo que era una zona de volcanes dormidos. Me quedó la imagen de aquel malpaís sobre el que trascurre buena parte de la trama de su novela Mundo anclado. Así que unos días después, busqué información sobre los volcanes de la Huasteca. Y encontré un artículo muy esclarecedor al respecto de José Jorge Aranda Flores, titulado Algunos volcanes del noreste de México.



Por lo visto, en México los volcanes que gozan de todo el protagonismo son el Popo, el Colima o el Paricutín. Los primeros claramente cónicos y el Pericotín achatado por su enorme cráter, un monstruo tectónico que duerme hambriento. Pero en el noreste también hay volcanes. Destaca El Bernal de Horcasitas, en Tamaulipas. Un cuello volcánico parecido a las montañas de Monserrat, aquí en Cataluña. Luego el autor menciona los campos volcánicos Las Esperanzas, donde los volcanes son más bien escudos de lava, apenas visibles, a menudo ocultos por el follaje de la vegetación. También hay escudos de lava en Tamaulipas, un área de piedra áspera parcialmente enmascarado por «la densa vegetación subtropical». Una enorme piedra de la locura planetaria cubierta de una cabellera de musgo y matorrales.

Esa noche leí otro cuento del libro de Arrabal:

Detrás está una monja con una gran sartén sobre el fuego. Creo que está haciendo una tortilla: tiene un par de huevos gigantescos junto a ella. Cuando me acerco me mira fijamente y observo que debajo de sus hábitos, en vez de pies, aparecen dos ancas de rana.

En la sartén hay un hombre con una expresión de indiferencia. De vez en cuando saca un pie -quizás se queme demasiado- y la monja se lo vuelve a meter. Ahora el hombre se ha quedado inmóvil y una especie de salsa lo cubre. La sopa se vuelve espesa, ya no lo veo más.

La monja me pide que me vaya con ella a un rincón. La sigo, y comienza a contarme obscenidades en un tono de murmullo. Para comprenderla mejor me acerco a ella y noto que acaricia mi sexo, pero no me atrevo a decir nada. Alguien se ríe detrás de nosotros. Miro las manos de la monja y descubro que son dos ancas de rana.

Me doy cuenta de que estoy desnudo y temo que me vean así. Ella me dice que me meta en la gigantesca sartén para que nadie me vea. Me meto. La sopa está cada vez más caliente. Intento sacar un pie pero la monja me lo impide. La salsa ahora me cubre por completo y el calor aumenta constantemente.

Ahora me abraso.

El padre de Fernando Arrabal también se llamaba Fernando.

Cuando lo apresaron y condenaron a muerte, era todavía un joven teniente melillense, marido de una mujer de derechas y padre de tres hijos. Entre ellos, el pequeño Fernando. Le gustaba pintar. La pena de muerte le fue conmutada por una reclusión perpetua de treinta años. El joven militar republicano se había negado a pelear en las filas de los nacionalistas para defender a Franco, lo que se consideraba traición a la patria. Empezó un periplo por varias cárceles de España, hasta que llegó a la prisión de Burgos e intentó suicidarse. Lo trasladaron a un hospital. Huyó con nada encima, tan solo el pijama, el 21 de enero de 1942, en plena nevada.

Baal Babilonia (Seix Barral, 1983)

En su novela autobiográfica Baal Babilonia, Fernando Arrabal solo conserva una imagen de su padre:

Un hombre enterró mis pies en la arena. Era en la playa de Melilla. Recuerdo sus manos junto a mis piernas y la arena de la playa. Aquel día, hacía sol, lo recuerdo.

Baal Babilonia, además de autobiográfica es epistolar. El protagonista le escribe lo que recuerda de esos primeros años en Ciudad Rodrigo a su madre, salteando escenas en las que alude a un presente en que la madre está vieja y llena de manías, como echar las persianas para que los vecinos no la vean o ir a oscuras por el pasillo cuando su hijo Fernando se marcha, para no gastar electricidad, tanto que se dan los besos de despedida adivinándose en la penumbra.

El protagonista le escribe estas cartas a su madre desde la habitación de un sanatorio:

Tengo en mis labios la pipa «Dr. Plumb». Fumo tabaco barato y que me gusta, aquí le llaman gris. Como estaba un poco seco, ayer metí en la petaca unas cortezas de naranja. Hoy noto que el tabaco está fresco cuando meto los dedos en él. Como la pipa está bastante quemada, desprende un aroma que me agrada. No me trago el humo; ya sabes que no he aprendido a tragármelo. Lo he intentado alguna vez con cigarrillos, pero no lo he logrado. La pipa es la «Dr. Plumb» de papá. Pienso que es posible que con ella sobre la mesa, papá intentara suicidarse en el penal.

Visita al Archivo de la Memoria con mis alumnos de Escritura Creativa del Ateneu Gran 

Un miércoles por la mañana vamos a visitar el Archivo Municipal de Mollet con los alumnos del Ateneu Gran. Dolors nos muestra algunos ejemplares de la biblioteca de Solé Tura, político molletense que llegó a ser ministro de España, y luego nos lleva al depósito que tienen en el sótano. Dolors le da vuelta a la manivela de un archivador y este se desliza sobre unos rieles. Así ahorramos espacio, nos dice. Luego nos muestra un libro de actas del S. XIX y otro del año 36, en el que ya aparecen misivas franquistas como Arriba España y Viva Franco. Luego pasamos a otra sala en la que hay un herbolario de principios del S. XX, solo se conserva un tomo de los más de quince en los que un hombre del pueblo iba dejando constancia de las plantas y flores del parque de Gallecs. Luego pasamos a una mesa en la que están expuestas las cartas de los exiliados que fueron a Francia y que los franceses entregaron a los alemanes. Muchos de ellos murieron en el campo de concentración de Mauthausen. Mientras Dolors explica el valor de estos documentos, yo leo una de las cartas:

Rambervillers 10-2-40

Muy apreciada esposa, deseo que al llegar esta en tus manos disfrutéis todos de buena salud como la mía por ahora.

Ayer recibí la tuya fechada 2 del corriente, y no es necesario que vuelva a repetirte lo que en otras ya te he manifestado, pues puedes estar tranquila que me encuentro perfectamente bien; de manera que no hay que hablar más de esto. Paso a contestarte la tuya, y la verdad, tienes mucha razón con esto que me dices de la humanidad, pero el destino parece que nos tenía reservado dicho percance, hay que ser fuerte y esperar hasta que podamos algún día reunirnos de nuevo y poder vivir la vida uno cerca del otro como siempre habíamos soñado…

Dolors me dice que este hombre no volvió a Cataluña nunca más y por alguna razón pienso en el padre de Arrabal huyendo, con los pies enterrados en la nieve.

Carta de un exiliado molletense en Francia, 1940

Ayer terminé el libro Piedra de la locura. Una serie de pesadillas en las que se mueven los fantasmas de Arrabal y sus pretensiones artísticas, tan afines al surrealismo. Es un libro pánico, un libro de poesía, en el que las conexiones aparecen y desaparecen, como fueron apareciendo en mi mundo, plagado de señales cada vez que cerraba el libro y me ponía a vivir.

Ahora, antes de terminar este escrito, abro el libro al azar, para que el azar, dichoso método del movimiento Pánico, sea el que arroje la última luz de este viaje:

Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma de palabras y la hoja blanca de frases.

Entonces cierro los ojos y, mientras oigo el tic-tac del reloj, veo cómo giran en torno a mi cerebro, diminutos, el pobre-loco-amnésico perseguido por el filósofo-de-la-mandrágora.

Cuando abro los ojos las letras, las palabras y las frases han desaparecido y sobre la hoja blanca ya puedo comenzar a escribir:

“Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma…”. Etc.
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