Cynthia Ozick


Cynthia Ozick, en su ensayo «Escritores, visibles o invisibles», nos recuerda la anécdota del relato de Henry James, «La vida privada», en la que el personaje principal es un escritor burgués, Vaedry, un tipo dicharachero, conversador y popular, pero también un escritor de enorme grandeza.
        En un momento del relato, el narrador, aprovechando que Vaedry se distrae hablando de banalidades en su terraza, entra en su habitación para husmear en la intimidad del escritor. Sorprendido, se encuentra al mismo Vaedry, sentado, escribiendo febrilmente. Como el desdoblamiento es improbable, el narrador concluye que el verdadero es el que está sentado escribiendo, el genio; de modo que el fantasma es el Vaedry social, el chabacano, que parlanchina en la terraza.
        Ozick propone lo contrario:
        «No es la personalidad social la que es un fantasma; es el escritor con los hombros inclinados sobre el papel, el brumoso simulacro que él nunca conocerá personalmente, el espectro que se esconde en la oscuridad mientras su efigie palpable camina por el mundo exterior(…)».
        El reconocimiento social, la visibilidad, aunque parece un cliché, sigue siendo muy importante para muchos artistas. Quizás porque no han comprendido aún que el costo del arte, y no de su locura, es la invisibilidad. «Los escritores son lo que auténticamente son cuando se encuentran trabajando en la silenciosa celda de la soledad fantasmal».
        Cynthia Ozick recuerda el consejo de Rilke al joven escritor que busca abrirse camino: «Le ruego que abandone todo eso [«la locura del arte»]. Usted está mirando hacia afuera, y eso es precisamente lo que no debe hacer. Nadie lo puede aconsejar ni ayudar, nadie. Solamente existe un medio. Diríjase a su interior».
        Los escritores son fantasmas que: «escriben, escriben, escriben, como si la necesaria transparencia de sus almas dependiera de ello».