Clarice Lispector


En 1966, Clarice Lispector fumaba un cigarro sentada en el sofá, cuando se quedó dormida. El cigarro provocó un incendio. La escritora brasileña sufrió heridas graves en el cuerpo. Sobre todo en la mano derecha. Los médicos estuvieron a punto de amputarla. La mano quedó lisiada y Clarice tuvo que aprender a escribir con la zurda. Esas heridas la marcaron y le ocasionaron numerosas depresiones.

En 1977, Julio Lerner, en una entrevista terriblemente incómoda, le pregunta a la escritora de origen ucraniano en qué momento el ser humano se convierte en un adulto triste y solitario. Clarice le dice que no quiere responder. Es un secreto, evade. Luego Lerner insiste y Lispector cede a medias, acredita esa tristeza y solitariedad del adulto a un acontecimiento, un trauma.
        Minutos después, sin embargo, aparentemente descontenta con su respuesta, quizás algo insuficiente, dice que tiene muchos amigos, que si está triste es porque está cansada. Termina la entrevista diciéndole a Lerner que está muerta, que habla desde su tumba.

Entre las decenas de columnas que Lispector escribió en Caderno B. desde 1967, hay una que se llama «Al linotipista»: «Perdone que yerre tanto en la máquina. Primero, porque me quemé la mano derecha.
        »Segundo, no sé por qué. Ahora un ruego: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así. Y si le parezco rara, respételo. También yo me he visto obligada a respetarme. Escribir es una maldición».

En otra de dichas columnas, la escritora recuerda su infancia como un tiempo de timidez y osadía: «Tuve (…) varias vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de esas vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue la que seguí. Tal vez porque para las otras (…) hubiese necesitado largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviendo en nosotros y a nuestro alrededor. Es que no me gusta estudiar. Y para escribir el único estudio es escribir».