Ana Magdalena Bach y Prudencia Linero




En agosto nos vemos de Gabriel García Márquez | Reseña y lectura de fragmentos ︎

Hace unos días leí, en un par de viajes de tren, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos. La historia me recordó el cuento Diecisiete ingleses envenenados, que el autor colombiano publicó en 1992.

Los cuentos son distintos y sin embargo una serie de hilos los unió en mi mente.

En la novela póstuma, la protagonista es Ana Magdalena Bach y, en el cuento, Prudencia Linero. En la novela, Ana Magdalena viaja en un trasbordador a una isla caribeña un viernes y, en el cuento, Prudencia Linero llega a Nápoles en un transatlántico un domingo. Ambas en agosto, ambas bajo un calor horrible -«a lo largo de una playa ardiente»/«calles de arena ardiente frente a un mar en llamas»-, ambas van en el más viejo de los taxis -«El taxi decrépito con rezagos de carroza fúnebre avanzaba dando tumbos por las calles desiertas»/«(…)un modelo viejo carcomido por el salitre. El chofer la recibió con un saludo de amigo y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente(…)»- y, curiosamente, las dos terminan en un hotel desangelado -«fue directo al menos vistoso »/ «por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido»-.

Ana Magdalena y Prudencia no son las mismas mujeres.

La primera es una cuarentona, viste vaqueros y lleva un bolsito de playa; la segunda tiene setenta y dos años y va de negro.

A ambas una muerte las empuja al viaje. En el caso de Ana Magdalena, la de su madre, enterrada en la isla caribeña; en el de Prudencia, la del marido muerto hace poco tiempo.

Las dos vienen de matrimonios con hombres exuberantes -«el enfermo abrió los ojos en una ráfaga súbita de lucidez, reconoció a su gente y pidió que llamaran un fotógrafo. Llevaron al viejo del parque con el enorme aparato de fuelle y manga negra, y el platón de magnesio para las fotos domésticas. El mismo enfermo dirigió las fotos»/ «Él saltó de la cama, en calzoncillos, como dormía siempre, y fue al baño. Era gigantesco, deportivo, y de una belleza fácil»-.

Ambas viajan a cumplir una promesa: Ana Magdalena va a llevarle gladiolos a la tumba de su madre; Prudencia Linero tiene la misión de conocer al Papa y confesarse. No obstante, son viajes distintos: una vuelve a la isla como cada 16 de agosto y la otra llega a Nápoles en el primer viaje de su vida.

En la primera noche de la novela, a las diez, Ana Magdalena baja a cenar al bar del hotel un sánguche de jamón y queso y un vaso de leche; en el cuento, Prudencia rechaza unos pajaritos de monte y se conforma con una sopa de fideos, unos calabacines hervidos y un poco de tocino.

Las ata una última relación tácita: el hombre que aparece en el campo de visión de las dos mujeres terminada la comida. Ana Magdalena ve a un tipo vestido de lino, que bebe brandy y luce un cabello metálico. A Prudencia se le presenta un cura con aliento a cebolla, las uñas astilladas y cochinas, pidiendo limosna.

El cura le ruega a Prudencia que le invite un café y, en cambio, Ana Magdalena sostiene la mirada del hombre acomodado y digno, dispuesta a llevárselo a la habitación.

En En Agosto nos vemos, Magdalena se va con ese hombre, engañando al marido; en el cuento, el cura le dice a Prudencia, casi a punto de abandonar la esperanza de que la vieja forastera le invite el dichoso café: «Pero dígame: debe ser un pecado tremendo para que usted haya hecho sola semejante viaje sólo por confesárselo al Santo Padre». Prudencia no responde a la pregunta, solo sonríe, y esa sonrisa lo dice todo.

Luego tira de retórica diciendo que conocer al Papa siempre fue el sueño de su vida. Sí, claro.

En Diecisiete ingleses envenenados, la vieja Prudencia esconde un secreto que la hace sonreír una única vez en todo el cuento; en la novela póstuma del autor colombiano, Ana Magdalena construye el secreto, amando al hombre del traje de lino y la copa de brandy, a quien buscará cada 16 de agosto el resto de su vida.

Ambas lloran sus silencios tumbadas en la cama -«se tendió del lado del corazón sobre la cama matrimonial demasiado ancha y demasiado sola para ella sola, y soltó el otro manantial de sus lágrimas atrasadas(…)»/«Entonces se acomodó en la cama, sin cambiarse de ropa ni apagar la luz, y volvió a dormirse llorando de rabia contra ella misma por la desgracia de ser mujer en un mundo de hombres»-.

Ana Magdalena y Prudencia me hacen pensar en el amor largo de las parejas, un tema que García Márquez bascula en El amor en los tiempos del cólera y en El coronel no tiene quien le escriba, y me hace pensar también en esa cosa fúnebre que tiene la traición. A Prudencia la redimen los turistas muertos, a cada uno de los cuales le reza un rosario, llorar la ha salvado de morir envenenada; a Ana Magdalena la redimen los gladiolos podridos que el amante de su madre -«el señor de siempre»- le deja cada año sobre la tumba. Soy como ella, pienso que se dice, es el destino, y me pregunto si no será Prudencia la mujer que está ahí enterrada.︎